Hay pocas texturas tan especiales como las de la piel de un bebé. Su tonalidad rosácea, la suavidad al tacto, la fragancia de una vida que comienza conmueve.
Un nuevo estudio realizado por el King’s College de Londres puso en evidencia un problema que, hasta el momento, pasaba desapercibido: la calidad del agua en que se bañan puede afectar su piel.
Para el trabajo participaron alrededor de 1.300 bebés de tres meses de todo el Reino Unido y se analizó el nivel de carbonato de calcio en el agua -una medida de la «dureza» del líquido-, el nivel de cloro como también el uso de productos químicos -como el jabón o el shampoo- y la asiduidad por la que pasaban por la bañadera.
Los científicos buscaron si existía evidencia de eccemas, conocida como dermatitis atópica, y se examinó la barrera natural de la piel a través de la presencia del gen FLG, que se asocia con una barrera de la epidermis comprometida.
El trabajo, publicado en The Journal of Allergy and Clinical Immunology, encontró que el agua dura está relacionada con un mayor riesgo de eccema 87 por ciento para los bebés de tres meses de edad.
«Nuestro estudio se basa en la creciente evidencia de una relación entre la exposición al agua dura y el riesgo de desarrollar eccema durante los primeros años de vida», explicó el doctor Carsten Flohr, líder de la investigación.
«Todavía no está claro si el carbonato de calcio tiene un efecto perjudicial directo en la barrera de la piel o si otros factores ambientales relacionados directamente con la dureza del agua, tales como el pH del agua, pueden ser los responsables».
El próximo paso de los científicos es dar un paso más allá y crear un dispositivo que permita reducir la dureza del agua en los hogares y, a partir de allí, poder seguir avanzando en esta problemática en aumento.