Durante décadas deambuló por el centro de la ciudad con su vulnerabilidad a cuestas, procurándose el sustento diario con algún mandado y monedas de gente solidaria. Por las noches, se acurrucaba en un rincón de la ex terminal, donde más de una vez fue víctima de maltrato.
Con el cercado de la vieja parada, Ramonita quedó a la deriva y fue la oportunidad ideal para que acepte mudarse al asilo de ancianos Yerbal Viejo, donde se adaptó muy bien y disfruta de su nueva vida sin los sobresaltos que padeció en la calle.
Con limitaciones intelectuales y sin familia, encontró un hogar y nuevos amigos. Se la nota muy recuperada, contenta y entusiasmada, al punto que está aprendiendo sus primeras letras para poder firmar.
Siempre coqueta, le permiten algunas salidas para visitar a la gente que tanto la quiere, comerciantes y vecinos que la consideran un símbolo de la ciudad.
Seguramente en septiembre será parte del desfile inaugural de la Fiesta Nacional del Inmigrante, con su particular corona de bondad.