Lo que se ha planteado como torpezas del discurso de Trump no lo son en absoluto, juicio que no convierte en virtuoso a alguien que habla de construir un muro en la frontera sur (y pasarle la factura al vecino), de deportar a once millones de inmigrantes indocumentados, de impedir el ingreso de musulmanes al país y de las mujeres como si fueran objetos de libre disponibilidad. Ocurre que, como varios de sus votantes dicen en charlas informales, el hombre “habla como la gente común, como todos nosotros”.
El promedio de encuestas nacionales que realiza el sitio Real Clear Politics le daba ayer a Hillary una ventaja de 46% a 44% sobre su rival, esto es dentro del margen de error. Ahora bien, ese tipo de sondeos son apenas una indicación que no tiene necesariamente que ver con quién será el próximo presidente. Ocurre que aquí rige un sistema de elección indirecta, con Colegio Electoral, como en la Argentina previa a la reforma constitucional de 1994. Un candidato puede ganar en voto popular y perder en el Colegio. Que lo cuente Al Gore si no. Además, puede influir y mucho la existencia de otros tres candidatos, capaces en un escenario de tanta paridad entre los dos líderes, de morder un puñado de sufragios suficiente como para hacer mucho daño.
Uno es el libertario Gary Johnson, exgobernador de Nuevo Mexico que entiende que su idea de la libertad le permite afirmar que fuma marihuana regularmente y que hizo su mayor aporte a las extravagancias de la campaña en una entrevista en televisión, en la que confesó no sólo no saber qué ocurre en Alepo sino incluso qué cosa significa ese nombre. El 5% que le adjudican algunos sondeos podría resultar, de confirmarse, una fuga de votos republicanos demasiado costosa para Trump. Otra es Jill Stein, del Partido Verde, que deambula con un 2% magro pero que a Hillary le gustaría captar. El último es Evan McMullin, un mormón, exbanquero y exagente de la CIA (sí, todo eso junto), que promete dar pelea en Utah, donde los mormones son legión.
En este panorama, ¿qué se proyecta para el Colegio Electoral? Por ahora, una ventaja fuerte de Hillary, que según The New York Times ya tiene “asegurados” 268 de los 270 votos que necesita para convertirse en la primera mujer elegida presidenta. Trump, en tanto, tendría 151 votos y quedarían 119 en estados oscilantes. Que la exsecretaria de Estado pierda es tan improbable como que un pateador de la liga profesional de fútbol americano erre un tiro de 38 yardas, arriesga el influyente diario. Lo que no dice es que Clinton patea con zapatos de taco alto.
¿Partido liquidado? No vayamos tan rápido. Lo que se supone que Clinton tiene en la cartera es lo que las encuestas anticipan que puede pasar en cada uno de los cincuenta estados del país y el distrito capital. El problema es que en muchos territorios la ventaja que tenía se fue derritiendo en las últimas dos semanas, al calor de la reapertura de la pesquisa de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) sobre el escándalo de los emails, decisión revertida el domingo entre nuevas controversias (ver nota aparte). Así, si Trump logra revertir la situación en algunos estados donde la diferencia es escasa y volcar a su favor los oscilantes, bien puede que Hillary erre la patada. Recordemos que salvo en un par de casos, rige la regla de que “el ganador se lleva todo”: imponerse por un voto en un estado equivale a sumar todos los electores en disputa.
Una pregunta clave es si hay un “voto vergonzante” a favor del magnate que las encuestas no registran. Este enviado se encontró en varias conversaciones en las que el interlocutor aseguraba que irá hoy a votar pero se declaraba indeciso. Eso sí, no se privaban de hablar de la desconfianza que “ella” les causa y de disculpar como hechos políticamente irrelevantes las desagradables referencias de Trump a las mujeres o a los inmigrantes. Se verá.
Mauricio Macri se pronunció en la campaña a favor de Hillary. La considera más flexible, más abierta a América Latina y más dispuesta a hablar de libre comercio. Puede que tenga razón. La duda es si fue prudente haberlo dicho antes de que se cuenten los votos. Mañana a la madrugada lo sabremos. (Fuente: Ambito)