Un bebé de diez meses fue rescatado por vecinos y policías tras ser dejado por su madre en plena vía pública de la localidad de Bonpland, pero el abandono no hizo más que sacar a la luz una dramática historia familiar de la cual la mujer y sus otros tres hijos serían víctimas de un contexto adverso y un clima atravesado por la violencia de género desde hace largos años.
Según lo que pudo saber este matutino, todo comenzó ayer, minutos después de la medianoche, cuando un vecino alertó a la Policía de que una mujer abandonó un bebé sobre la cinta asfáltica y se fue sin reaccionar a los gritos de los testigos.
Los efectivos locales acudieron al lugar indicado y constataron la situación. El bebé había sido abandonado en inmediaciones a la avenida San Martín y la calle Frai Luis Beltrán de Bonpland.
De inmediato, los uniformados trasladaron al pequeño a un centro asistencial, donde se constató que afortunadamente se encontraba en buen estado de salud y también pudieron establecer su identidad.
Minutos después, según se pudo saber, la madre del niño, identificada como V. (34) -la totalidad de sus datos se preservan- fue localizada y aseguró que minutos antes había sido agredida por D. O. (24), su actual concubino.
En esa instancia, la mujer fue hospitalizada y los galenos que la recibieron constataron que presentaba aliento etílico y hematomas, preferentemente en la zona del rostro.
El caso disparó de inmediato una investigación por abandono de persona, pero El Territorio pudo comprobar que detrás del hecho se esconde un oscura historia cargada de drama y graves antecedentes de violencia familiar.
Por estas horas, el menor se encuentra bajo el cuidado de Adriana, tía de la mujer sospechada del abandono.
«Estamos para ayudar»
Aún sorprendida por la situación, Adriana aceptó hablar «a medias» sobre el tema. «Me asusté mucho cuando el nene más gran golpeó la puerta de mi casa a la madrugada y me dijo que estaba con el bebé.
Hacía frío a esa hora, el bebé estaba envuelto en una toalla que seguramente la esposa del hombre que lo encontró le puso. Yo no entendía nada», recordó, después de aclarar que sobre la vida privada de su sobrina prefería no ahondar en detalles.
Respecto de las horas previas al abandono del niño, Adriana recordó: «Había estado festejando el cumpleaños del papá de ella. Estaba todo bien, aparentemente. Después nosotros nos vinimos y ellos quedaron bailando y tomando, como en todo cumpleaños. Sé que dejó al bebé en la avenida, pero mucho más no sé, porque cuando me enteré de eso lo único que me importó fue cobijar al bebé. Fue una noche complicada, el niño levantó fiebre y ahora -por ayer- estamos por llevarlo al hospital».
Según describió la mujer, V. es una mujer que ya ha sufrido hechos de violencia de género en relaciones anteriores, que actualmente recibe tratamientos psiquiátricos y que padece problemas de alcoholismo, lo que le acarreó muchos conflictos con vecinos de la zona.
«Yo ya crié a una hija de V., que vino conmigo hace años y no quiso volver más a la casa. Con ella me llevo bien, pero no voy a hablar de los problemas de ella. No me asombra lo que pasó por varias razones y una es porque ella se estaba tratando con un psiquiatra, le compramos los medicamentos que le recetaron y todo, antidepresivos y demás. Es una lástima todo, pero nosotros somos familia y estamos para ayudarlos, no sé cómo va a seguir esto», culminó.
Inocencia y madurez
Junto a Adriana y al bebé estaba S. (14) -su identidad también se resguarda-, otro de los cuatro hijos que tiene la mujer cuyo paradero hasta ayer era una incógnita.
El testimonio de S. puede confundir a cualquiera. En medio de la inocencia que caracteriza a un niño de 14 años, se cruzan frases propias de un adulto con toda una vida recorrida. En su relato se deja ver una dura niñez atravesada por situaciones límite que lo terminaron fortaleciendo y lo obligaron a salir a trabajar para ser un sostén más de su familia.
«Estábamos en el cumpleaños de mi abuelo. Estaban todos tomando, bailando y divirtiéndose. Después, tipo nueve de la noche me fui a dormir porque tenía sueño. Ella -por su madre- se quedó con mis primitos. Después ya me desperté cuando vino toda golpeada. Nosotros no escuchamos nada. Mi mamá tenía el labio cortado y un chichón en la frente. Me dijo que él -por D.O.- la golpeó. Ahora no sé donde está. No sé qué pasó, estaba todo re bien. Ellos suelen discutir, pero no pelean feo. Siempre que hay discusiones él se va para no empeorar las cosas y cuando eso pasa ella le da el bebé para que se lo lleve, pero no lo hace, calculo que eso habrá pasado esta vez, que ella dejó al bebé en la calle para que él lo agarre porque estaba cerca, pero no sé», dijo el chico que todos los días se levanta a las 5.30 para ir a vender chipa al puesto que dejó uno de sus tíos en Cerro Azul y por la tarde vuelve para asistir a la escuela.
El concubino de V. no está detenido, porque aún no hubo denuncias en su contra y, según indicaron desde el entorno familiar de la mujer, es probable que no haya, cuestión que genera preocupación en ellos.
El sindicado hombre no es padre de S., quien describió la nueva relación de su madre y las anteriores con una entereza impropia de un niño de su edad: «Los dos son lo mismo nomás. Yo ya estoy acostumbrado, si cuando era más chico mi papá también le pegaba a mi mamá, pero eso era peor, esto no es nada. Mi papá se terminó pegando un tiro, pero antes le pegaba a mi mamá, le dejaba en la cama y yo cuatro años le bañaba a mi mamá, le ponía la ropa, le ponía el zapato, le acompañaba a la sala con el ojo todo moretoneado».
Su historia es cruda y a sus palabras no hay que agregarle más nada, sólo un pedido de ayuda. «Yo estoy acostumbrado, si cuando era chico pasé cosas muchas cosas peores, si una vez hasta mi papá nos apuntó con un arma, de eso no me puedo olvidar más. Él se terminó matando, pero si ese día yo llegaba antes él no lo iba a hacer, yo no le iba a dejar. Yo tenía 8 años en ese entonces. Yo quiero que no haya más peleas. Que ellos -por su madre y su concubino- dejen de discutir. Nosotros pedimos que dejen de discutir, que se abracen, si van a estar juntos nomás. Tienen que asentar cabeza, si son grandes ya. Cada uno se tiene que dar cuenta de lo que están haciendo».
A S. no se le cayó ninguna lágrima en medio de su crudo relato. Con 14 años sólo piensa en seguir trabajando para ayudar a su familia, para darse sus gustos (una golosina, una zapatilla o un jean) y para comprar algún regalito que haga feliz a su hermana más chica.
Pero tampoco descuida el estudio. Cursa el séptimo grado y sigue firme en su intención de ingresar a la Prefectura en el futuro. «Sé para que ello yo también debo encarrilarme. A veces soy vago, voy a la cancha y no a la escuela, pero después voy a lo de la maestra a pedir la tarea», expresó por último, con inocencia y madurez, con una ilusión que puede vencer todos sus pesares y esconder, al menos por un rato, todo su dolor.
Fuente: territoriodigital