Ignacio Cañete se seca el sudor del calor, echa panza sin remera y se relaja. “Me soltaron por viejito”, le dice a Infobae, acostado en su cama destartalada, rodeado de fotos de chicas en corpiño y herramientas viejas. Cañete, de 81 años de edad, vecino desde hace 40 años del Barrio Marítimo de Hudson, no muy lejos de Berazategui, jubilado de acuerdo a registros del PAMI, pasó apenas un día y una noche preso en la comisaría de la zona tras ser arrestado el viernes pasado por la Policía Bonaerense. Un fuerte operativo encabezado por efectivos del GAD junto a personal de la jurisdicción y la Policía Local irrumpió en la casa del anciano.
Cañete fue encontrado en su cama, bajo tules fluorescentes: se entregó recostándose en el piso, como un cordero, sin resistir. Entre papeles polvosos y chatarra, la Bonaerense incautó dos escopetas y una pistola calibre .380, algunas pastillas de Viagra, varios porros de marihuana, en un operativo a cargo del Juzgado Federal de Primera Instancia de Quilmes, con participación posterior de la UFI descentralizada de Berazategui y la UFI Nº2 de Quilmes a cargo de María de los Ángeles Attarian Mena.
“Te juro que Soy inocente”, asegura el anciano, “¿a quién le voy a poner un dedo encima? Si tengo las rodillas hechas pelota, me empujás al piso y me arruinás”, asevera con dos muletas de caño soldado a su lado. Pero el delito que llevó a la Bonaerense a su casa y que le valió apenas un día de jaula, irónicamente, es de una barbarie que no se condice con su relato de viejito frágil: fue acusado de engañar a una joven vía Facebook con una falsa promesa laboral para convertirla en su esclava sexual, un régimen de sexo forzado a punta de cuchillo, violaciones cometidas cinco veces al día de acuerdo al relato de su presunta víctima, en la misma cama desde la que da esta entrevista.
La joven, oriunda de Oberá, provincia de Misiones, había respondido a un aviso que Cañete había colgado en la puerta de su casa. “Nesesito (sic) mujer sola para cuidar anciano de 81 años”, decía el cartel. “No baga (sic nuevamente), no falopera, no borracha, no sucia, no rotera”, eran las condiciones, con un sueldo de nueve mil pesos mensuales, las tareas incluían, en un principio, tareas domésticas. El trato se cerró a través de Facebook. Cañete pagó el pasaje en micro para que llegara desde Misiones al conurbano.
El 16 de enero, la joven llegó en un estado de conmoción a la Comisaría 4º de la zona, a pocas cuadras de la casa de Cañete: aseguró que el anciano la había violado una y otra vez durante cinco días, que la mantuvo encerrada bajo llave, apenas permitiéndole salir para hacer las compras, lo que le permitió llegar hasta la comisaría según confirmaron fuentes policiales del caso a Infobae. Fue acogida por personal del Programa de Asistencia del Ministerio de Justicia que constató su estado de vulnerabilidad. La orden de allanamiento contra Cañete, con una imputación del delito de trata de personas, llegó poco después. “Mirá, sexo tuvimos, pero fue consensuado. Encerrada no la tuve, si dormía acá al lado mío”, dice el anciano.
-Pero usted fue acusado de violación y trata.
-Cuando me llamó por teléfono por el trabajo, yo le dije que puede ser que tengamos alguna relación sexual, ella me dijo que sí. Vino dos veces, primero en septiembre del año pasado, con un nene chiquito, que no paraba de llorar. Yo no lo aguantaba, así que la mandé de vuelta, le dije que pase las fiestas con su familia. Después, vino para esta última vez. Me acuerdo que juntó unos bolsones de ropa, ella decía que se la había dado un pastor evangelista. Tardó cinco días en limpiarme la cocina. No sé por qué sale a acusarme de esta barbaridad, ¿cómo voy a violar a alguien?
-¿Usted toma medicamentos para lograr una erección?
-Pero muy poquito, le tengo mucho respeto a la pastilla. Tomo menos de media, aunque sufro de presión baja.
-De nuevo, ¿alguna vez fue violento con ella?
-Nunca. Ni una pelea, ni una discusión, jamás.
Casi todos los vecinos del Barrio Maritimo que consultó Infobae tienen algo poco agradable para decir sobre él. La mayoría lo insulta y escupe el piso al oír su nombre, mientras recuerdan altercados y cruces con el anciano, del que aseguran tiene la costumbre de decirle obscenidades a mujeres. Otro vecino habla de un hábito poco agradable: apuntarle por las noches con una linterna a la cola de las chicas que pasan, desde su terraza de plantas secas plantadas en baldes de pintura con una pelopincho llena de agua podrida. Ninguno recuerda la cara de la joven misionera. “Aaaah, me parece que alguno la vio”, dice un chico sobre una bicicleta playera.
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