La escultura gigante de Buda que recibe a quienes ingresan a la colonia laosiana -sobre ruta 12 frente a Itaembé Guazú- está más cerca de ser inaugurada, posiblemente en 2020.
Ayer, luego de siete años de obra, se comenzó la titánica tarea de pintar la estructura de hormigón de 14 metros de alto y 9 de ancho. Con este hecho se pone en marcha la etapa final en la construcción. Bajo el ígneo sol de la mañana misionera y sobre elevados andamios, los hombres dieron las pinceladas.
Los encargados del trabajo son el ingeniero Won Synalay, un ayudante y los monjes Somsak Inthavilai y Sivone Khankham. Además, los vecinos colaboran con mano de obra o con lo que puedan, ya que se trata de una cruzada solidaria y a voluntad, para afianzar la identidad y la espiritualidad del pueblo.
“Pensamos que la escultura estará totalmente finalizada el próximo año, faltan algunos detalles y la pintura completa, hay mucho trabajo por delante. Nuestro objetivo ahora es llegar a la gran fiesta del 16 y 17 de febrero con el Buda bastante pintado para que la gente lo pueda apreciar”, indicaron.
El diseño contempla una primera capa de pintura látex blanco en la totalidad de la imagen y luego, la mayor parte se cubrirá de amarillo oro, como comúnmente se representa a Buda en Tailandia y Laos.
El proyecto de dar vida a la mayor escultura de Buda en el país surgió en los primeros años del nuevo siglo y pudo concretarse en 2012. Desde entonces, a paso lento, con algunos períodos de más o menos actividad fue tomando forma.
Los materiales se compraron con las donaciones de familias de la comunidad laosiana, personas amigas y también con lo recaudado en festivales y venta de platos. Mientras, la mano de obra la pusieron las familias trabajando codo a codo.
“Tenemos un grupo al frente y después todos los que quieren aportar al trabajo comunitario pueden hacerlo”, expresaron a El Territorio.
En los primeros tiempos, se dedicó los domingos a la construcción de la figura y, paulatinamente se fueron adicionando horas. La convocatoria los fines de semana se multiplica, porque llegan a la colonia las familias del barrio Yohasá y de localidades del interior para compartir labores y la comida.
Ser parte de esta iniciativa colectiva es una fiesta para las familias de laosianos y sus hijos nacidos en la tierra colorada. Se trabaja con la música del lejano paisaje que dejaron hace 40 años, buscando paz ante la crueldad de la guerra; también se sirven platos típicos y se arman partidos de juegos de mesa tradicionales.
Las mujeres son el soporte asistiendo a los acalorados artistas con agua fría, jugo de frutas y sirviendo una frondosa mesa. El postre, una delicia de la chacra propia, una fruta llamada liam niam que es muy requerida por grandes y chicos y tiene un sabor exótico.
“Yo quiero ayudar pero no puedo subir tan alto, entonces colaboro con la comida, haciendo los platos que sabemos que a la gente le gusta y le hace feliz, cuando trabajen en la base, seguro voy a pintar un poco”, sostuvo una de las mujeres.
Fiesta
Además de la escultura, el embellecimiento del parque de acceso a la colonia y de cada rincón del barrio es parte de los preparativos para la gran celebración de febrero, el festival de Bun Wat Phu, que tradicionalmente se celebra en luna llena. Es una fiesta espiritual y alegre.
Se adorna el predio con guirnaldas y flores, hay un tiempo dedicado a la oración y luego se celebra con comida tradicional y danza.
Los festejos son una parte central en la vida de los laosianos llegados a Misiones en 1980 en calidad de refugiados, porque es un espacio para conservar y transmitir las tradiciones a las generaciones más jóvenes. Muchos arribaron a Posadas con sus padres y abuelos siendo muy niños y ya tienen hijos misioneros.
“Nos encanta Misiones, es nuestra provincia y nuestra tierra, pero también queremos que no se pierda nuestra historia”, coincidieron los habitantes de la colonia.
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