“La fauna en este territorio es emblemática, Australia se vende internacionalmente como un país con riquezas naturales muy preciadas. Los koalas y los canguros son bichos que están conectados con la cultura del lugar y bañan de un dramatismo mucho mayor a todo esto. El conflicto está en agenda porque es un país modelo. Que sea una nación de primer mundo no es menor, por el contrario, es prueba palpable que exhibe la crisis estructural política-económica-ambiental que muchos gobernantes tratan de ocultar”, advierte Guillermo Folguera, filósofo, doctor en biología (UBA) e investigador del Conicet.
La nación más importante de Oceanía experimenta su propio infierno. Los incendios devoran los ecosistemas y barren con la biodiversidad a velocidades alarmantes desde septiembre. Algunos números para refrescar memorias desprevenidas: a la fecha fallecieron 24 personas, hay decenas de desaparecidos, seis millones de hectáreas arruinadas, 15 mil viviendas destruidas y 136 focos de incendio que permanecen sin ser controlados. De acuerdo a especialistas de la Universidad de Sidney, aproximadamente, 480 millones de animales perdieron la vida. Los koalas , de fama mundial, se hallan cerca de la extinción; tanto que en los últimos días murieron 25 mil ejemplares. Para colmo, el humo que cubre amplias extensiones de cielo en el oeste y el sur del país también es peligroso. En las últimas horas, el gobierno anunció el despliegue de militares –que se sumarán a los bomberos– y una ayuda económica (1400 millones de dólares) para revertir la crisis. Los expertos intentan calmar el fuego desde el terreno, pero también recurren a helicópteros y aviones. Como la dificultad se incrementa a medida que transcurre el tiempo, rescatistas de EEUU, Canadá y Nueva Zelanda decidieron plegarse a la causa.
Las causas del incendio en Australia
Los problemas complejos requieren de miradas complejas; de manera que, desde la perspectiva de Folguera es posible señalar la existencia de causas locales y globales. A nivel doméstico, es fundamental advertir que el Primer Ministro australiano, Scott Morrison, es considerado un negacionista del cambio climático. “Ha realizado campañas para ocultar los efectos del calentamiento global que, claramente, ha favorecido la virulencia de los incendios. El país, además, ocupa un lugar importante como nación emisora de dióxido de carbono”, señala Folguera. Como no se reconoce el problema, se desestima la aplicación de políticas de prevención y mitigación efectivas. No hay diagnósticos meditados para conflictos que, por el contrario, se resuelven sobre la marcha de manera poco coordinada.
Lo global, por otro lado, encierra su propia trama y responde a su lógica particular. “Es interesante observar cómo una parte de la comunidad académica busca explicar el fenómeno como si solo dependiera de meros ciclos climáticos. Naturalizan la situación para relegar el papel que el ser humano ha tenido en todo esto. Lo que sucede se vincula estrechamente con el modelo de producción: Australia es un productor forestal muy importante de eucaliptos”, explica y continúa Folguera: “Son árboles que arden un montón y se plantan por la rentabilidad que dejan a partir de esquemas de monocultivo y uso intensivo de la tierra. La sobreexplotación desplaza a la cuestión ambiental a un sitio marginal para los gobernantes del mundo. En el futuro, el medioambiente será el terreno de batalla principal”.
La temporada de incendios forestales inició en septiembre. Sin embargo, las altas temperaturas (40.9°C de promedio en diciembre), las fuertes ráfagas de vientos y las condiciones de sequía representaron el caldo de cultivo ideal para que la situación empeore. De hecho, las autoridades anuncian que lo peor todavía no llegó. Sobre esto opina Inés Camilloni, doctora por la Universidad de Buenos Aires en el área de Ciencias de la Atmósfera e Investigadora del Conicet. “Australia experimentó una combinación record en sequía y altas temperaturas. Por ello fueron tan explosivos los incendios forestales. Un grado y medio por encima del promedio del periodo 1961-1990 y dos grados con respecto a la época preindustrial. Según los registros fue el año más seco, recién comparable con lo que sucedió en 1912. Para peor, existe una probabilidad muy grande de que aumente el riesgo de cara a los próximos 20 o 30 días”, plantea.
“La proyección es notable. Ya en el informe del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) de 2007 se advertían cuáles eran los riesgos que traían aparejadas las olas de calor más intensas y frecuentes. Obviamente, la severidad de los incendios, relacionada con las acciones humanas, estaba en carpeta de toda la comunidad científica. El negacionismo de los gobiernos –como sucedió en Brasil– impacta de manera muy negativa y se deja entrever en la reducción de las partidas presupuestarias destinadas a combatir los efectos del cambio climático”, destaca Camilloni, al tiempo que recuerda cómo el año pasado Brasil y EEUU afrontaron una situación similar. En la Amazonia y California se quemaron 900 y 800 mil hectáreas respectivamente.
La búsqueda desenfrenada de la productividad en un marco de capitalismo agresivo choca de frente con la protección de los ecosistemas y los valores naturales. Dos matrices de pensamiento, desde aquí, parecen enfrentarse. A modo esquemático: aquella que, desde la hegemonía, privilegia el fin de lucro, la inmediatez y la explotación de la naturaleza para saciar un anhelo incontenible por el consumo; y otra, que ofrece resistencia y que procura una mirada prospectiva y a largo plazo, valora a las generaciones futuras y, en efecto, pugna por estrechar los lazos de respeto con el planeta. Como siempre, será cuestión de voluntad torcer las decisiones en el futuro. El medioambiente también es escenario de la política.
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