A una semana de su liberación del Ecoparque porteño, la elefanta Mara está comenzando a construir su nueva vida en el Santuario de elefantes de Brasil. Ni bien llegó, salió por su propia cuenta de la caja transportadora y caminó hacia su recinto, un predio mediano en el que no estuvo en contacto con las otras dos elefantas asiáticas del lugar. Con el paso de los días, Mara conoció nuevos alimentos y, entre otras cosas, se tiró en la tierra roja y se rascó en los árboles. De a poco, va recuperando sus comportamientos naturales, despertando su cuerpo dormido, propio de los animales en cautiverio.
Los elefantes son seres gregarios. Las madres pasan toda su vida junto a sus crías y la manada demuestra una gran solidaridad con sus pares. Algo de esto comenzó a ocurrir en el santuario, cuando Mara y Rana, una de las asiáticas, comenzaron a interactuar de noche con sus típicos sonidos y vocalizaciones.
Separadas por un barranco, pero posibilitadas de poder acercarse, las elefantas comenzaron a interactuar, hasta que los cuidadores decidieron juntarlas por primera vez. Ahora, y a cinco días de la llegada de Mara, el dúo ya transita sus mañana y tardes como amigas. Por la complicidad, se cree que pudieron haberse cruzado en su vida pasada de cautiverio, circos y maltratos. En especial, en el zoológico alemán que comercializó a Mara, ya que también para esa misma fecha vendió otro elefante asiático a Brasil, por lo que se sospecha que podría tratarse de Rana.
«Las elefantas Rana y Mara pasaron toda la mañana soñolientas y perezosas. Después de una noche de muchas charlas e innumerables toques, las chicas merecían tomar una siesta», comentaron desde la cuenta oficial del santuario.
La idea, aseguran, es abrirle un acceso a la otra elefanta, Maia, para que pueda ir a un recinto adyacente. «Incluso con una cerca que la separa de Mara y Rana, tendrá una gran oportunidad para interactuar», adelantaron.