Uno de los mayores héroes que ofreció Misiones en la Guerra de las Malvinas y –probablemente, uno de los menos conocidos.
A pesar de que el aeropuerto internacional de Iguazú, nada menos que el sexto más importante del país, lleva su nombre.
Hijo de un maestro de frontera que se desempeñaba en Alba Posse, Krause vivió sus primeros años en la Capital del Monte para mudarse a Posadas, donde realizó toda la primaria y la secundaria en el colegio Roque González como alumno pupilo.
De ahí partió para hacer su vida y años después encontrar la muerte en una misión complicada y muy peligrosa. De esas que se realizaron cuando la guerra ya estaba prácticamente decidida, en la mañana del 1° de junio de 1982.
Faltaban apenas dos semanas para el final de la contienda y los pilotos argentinos seguían despegando una y otra vez desde las bases aéreas en Santa Cruz y Chubut. Como esos boxeadores que están contra las cuerdas y buscan la mano salvadora, ellos buscaban el milagro que diera vuelta la situación.
Y si no podía darse ese milagro, igual estaban decididos a vender bien cara la derrota. Una conducta que provocó el respeto y la admiración del mundo entero, empezando por los propios ingleses.
Cuatro hijos y una esposa
Krause tenía entonces 34 años y dejó cuatro hijos: María Eugenia (8 años en 1982), Guillermo (6), Germán (2) y Walter (1) y su esposa Nilda, que dialogó con para reconstruir la historia de este misionero ejemplar.
Lo primero que deja en claro esta mujer, también valiente, es que Krause se fue joven de la provincia pero nunca cortó su profundo vínculo y amor por la tierra colorada. Un arraigo que casi lo hace volver definitivamente y cambiar para siempre sus planes apenas comenzada su carrera de aviador.
“Al principio no quería ser militar, quería ser médico, pero tenía un tío aviador y su padre también insistió para que siguiera ese camino. Entonces fue a estudiar a la Escuela de Aviación Militar en Córdoba. El primer año casi deja, porque extrañaba mucho Misiones”, contó Nilda Krause.
A esta correntina oriunda de Goya le tocó mudarse con su familia a Córdoba porque su padre se desempeñaba en el Correo Argentino y lo trasladaron a la provincia mediterránea. Ahí se cruzaron y ya no se separaron más.
“Estuvimos de novios sólo 9 meses antes de casarnos”, cuenta por teléfono, desde Buenos Aires.
Aniversario 38°
Mientras hablamos, recuerda que ese día se cumplen 38 años de la última vez que vio a su marido, el 31 de mayo de 1982.
“Vino de licencia unos días y se despidió de todos, sus padres, hermanos, amigos”, rememora. “El sabía que se iba a hacer una misión muy complicada”, explica Nilda, siempre transmitiendo la paz y la serenidad de una persona que ha sabido encajar las circunstancias trágicas de la guerra.
“No siento rencor por la guerra, no puedo hablar mal de la carrera que él eligió, al contrario. Como buen misionero, Carlos tenía a la patria en su corazón”, explica.
La “misión del loco”
Carlos Krause era piloto del muy conocido avión Hércules C-130, cariñosamente apodado como “la chancha” por su forma redondeada y su lentitud. Estos aviones fueron vitales en la guerra de Malvinas porque siguieron abasteciendo a la guarnición que defendía las islas después del 2 de mayo, cuando el hundimiento del crucero General Belgrano cortó la comunicación por barco.
Además, Krause realizó muchas misiones de reabastecimiento de los aviones caza A-4Skyhawk. Esas operaciones donde la “chancha” le extiende una manguera con una canastita en la punta y el avión a ser reabastecido debe embocar con una lanza. Sólo así podían los aviones argentinos llegar a las islas o al área que las rodeaba y atacar al enemigo con un poco más de minutos de autonomía.
Krause estaba como co-piloto. El piloto y comandante del Hércules matrícula TC-63 era Rubén Héctor Martel. El 1° de junio Martel y Krause recibieron la orden fragmentaria 2.258 (así se denominan en la jerga militar).
La misión no podía ser más peligrosa. No era reabastecimiento en vuelo ni tampoco llevar pertrechos a Malvinas, operaciones que ya de por sí también eran altamente riesgosas.
Esta vez, directamente, tenían que salir a buscar a la flota inglesa.
Una misión temeraria, porque se trataba de ir a buscar al enemigo, con un avión lento y pesado, muy vulnerable al ataque de un misil disparado desde una fragata o destructor. Cuentan que a ese tipo de asignaciones le decían “la misión del loco”.
Pero Martel, Krause y el resto de su tripulación (el navegador Hugo Meisner y los suboficiales Julio Lastra, Manuel Albelos, Miguel Cardone y Carlos Cantezano) salieron sin dudarlo. Era la mañana del 1° de junio. Tenían que recorrer cuatro puntos definidos entre el continente y las Islas, volando siempre al ras del mar para no ser detectados por los radares enemigos.
“En determinados puntos, tenían que ascender, prender el instrumental y buscar a la flota”, explicó Ezequiel Martel, hijo del comandante de esa misión. Martel es también aviador militar y explicó a Economis algunas circunstancias de ese último vuelo, al que llegó a reconstruir con un simulador.
Argentina no tenía tecnología para detectar con precisión dónde estaba la flota inglesa y lanzar sus ataques aéreos con precisión, sino que tenía que “adivinar” donde estaban los barcos, utilizando el radar que había en Puerto Argentino y “ploteando” la trayectoria de los aviones enemigos.
A donde se dirigían los Sea Harriers, se suponía que había al menos uno de los dos portaaviones ingleses (HMS Invencible y HMS Hermes). O bien utilizar vuelos de inteligencia, como el de Martel-Krause.
Detectados por un barco inglés
Las primeras tres “postas” transcurrieron sin dificultades, en el avión nadie decía ni una palabra y había silencio total de radio. Faltaba la última y la más cercana a las islas.
Ahí estaban, volando cerca de las Malvinas cuando el radar del buque inglés HMS Minerva los detectó e inmediatamente mandó a dos cazas Sea Harriers armados con el temible misil Sidewinder, que se disparaba y buscaba en forma inteligente el blanco.
“El Sidewinder busca la fuente de calor y puede explotar por cercanía, no necesita hacer impacto”, detalló Ezequiel Martel. Ese misil causó muchas de las bajas de nuestros pilotos en la contienda.
La cacería
Ahí nomás empezó lo que para los ingleses era una cacería y para los argentinos, un escape desesperado. El juego del gato y el ratón. Los Harriers estaban piloteados por el jefe del escuadrón, Nigel Ward y su segundo, Steve Thomas.
“El primer misil pasó de largo, el segundo explotó cerca de la parte trasera del avión, lo averió pero no alcanzó para derribarlo, entonces vino el ataque final, el comandante Nigel Ward usó sus cañones”, explicó el hijo del comandante Martel.
Ezequiel Martel contó que logró ponerse en contacto años más tarde con Ward y el inglés, además de ofrecerle sus respetos por el heroísmo de su padre y de toda la tripulación, le explicó por qué les siguió disparando con un cañón de 35 milímetros. Fueron 245 proyectiles, una ráfaga letal para “la chancha”.
“Me dijo que se le escapaban. Para ellos la tarea de los Hércules era un dolor de cabeza, porque nunca pudieron cortar el suministro con las islas”, explicó Ezequiel. “Fue el único avión Hércules derribado en Malvinas”, detalló.
Ascenso post mortem
Krause, que era capitán durante la Guerra, fue ascendido post mortem a mayor y condecorado con la Medalla al Valor en Combate que prevé la ley 25.576. Por la ley 24.950 del año 1998 se lo incluyó en el listado de los “héroes nacionales”, fallecidos en combate en la guerra de las Malvinas.
Dos pasiones: el ajedrez y el mate
Le preguntamos a NIlda cómo era Krause. “Estaba siempre de buen humor, siempre alegre”, describe. También cuenta que le gustaban mucho los juegos de mesa y era un apasionado del ajedrez. “A veces compraba juegos y decía que eran para los chicos, pero en realidad eran para él”, rememora con una sonrisa.
Tras recibirse en la Escuela de Aviación Militar, el matrimonio –que se había casado en 1972- fue a vivir a Buenos Aires y más tarde se trasladó a Comodoro Rivadavia, donde Krause empezó a pilotear los aviones Twin Otter que hacen el trayecto hasta las bases de la Antártida.
“Una vez fue a buscar uno que estaba parado en la Antártida desde hacía un año, cuando aterrizó yo no lo podía creer, ese avión estaba destruido”, rememora Nilda. Para esa misión el obereño, acostumbrado al calor, tuvo que vivir 3 meses en la Antártida.
Siempre inseparable de su mate. “Dejaba de tomar sólo para almorzar”, explica su viuda. En la base de El Palomar los técnicos que atendían el Hércules le pidieron a Nilda después de la guerra quedarse con el mate que usaba Krause y cuenta que todavía le llegan noticias de que ese mate anda dando vueltas por ahí.
Krause también piloteó los Fokker F-27 (esos aviones de ala alta para transporte de personas). “Pero el quería pilotear el Hércules y como tenía buenas notas, lo mandaron a Venezuela con un compañero a hacer los cursos”, contó.
Sería el Hércules C-130, probablemente el avión de transporte más conocido de cualquier ejército, el último que le iba a tocar pilotear.
Ficha personal – Carlos Krause
Nacido en Oberá. El 4 de abril de 1948. Murió el 1°/6/1982 a los 34 años.
Colegio: Roque González (Primaria y secundaria)
Formación: Escuela de Aviación Militar
Condecoraciones: Ascendido a mayor y condecorado con la Medalla al Valor en Combate. El gobierno de la Nación Argentina por ley nacional 24.950/98 lo incluyó en el listado de los «héroes nacionales», fallecidos en combate en la guerra de las Malvinas.
Familia: Esposa (Nilda). Hijos: Guillermo (aviador también, hoy vicecomodoro), María Eugenia (emprendedora gastronómica, vive en Mar del Plata), Germán (informático, trabaja en la Fuerza Aérea) y Walter (siguió la carrera de hotelería).
Padres: Guillermo Krause y María Teresa Gral
FUENTE ECONOMIS
Autor: Martin Boerr
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