La malnutrición coexiste en las mismas regiones y en los distintos estratos sociales. La nutrición tiene un rol fundamental en el desarrollo, crecimiento y maduración sexual de los adolescentes. Causas y consecuencias de una problemática actual que se acrecienta durante la pandemia y tendrá secuelas en un futuro cercano.
En nuestro país la malnutrición está avanzando sobre todas las zonas y estratos sociales, sin distinción de sexo y edad. Este término abarca la desnutrición, definida por la OMS como: la ingesta insuficiente de alimentos de forma continuada, que es insuficiente para satisfacer las necesidades de energía alimentaria, sea por absorción y/o uso biológico deficiente de los nutrientes consumidos; como así también incluye la de sobre alimentación, que se refiere a un estado crónico en el que la ingesta de alimentos es mayor a lo requerido por el gasto energético diario, provocando sobrepeso u obesidad. Concretamente esta última es la forma más frecuente de malnutrición en los países desarrollados. Hoy la obesidad y la desnutrición de los individuos coexisten en las mismas regiones, mismas familias y hasta en el mismo individuo (obesidad con retraso crónico de crecimiento), conocida como “desnutrición oculta”. Lamentablemente en plena pandemia, los profesionales de la salud creemos que los números van a incrementarse.
En este contexto, los adolescentes constituyen un grupo vulnerable debido al alto ritmo de crecimiento y por los fenómenos madurativos que afectan al tamaño, forma y composición del organismo generando un incremento en sus demandas nutritivas y energéticas. A su vez, están pasando por un período de transición, con una notable adaptación a determinados cambios físicos, sociales, emocionales y cognitivos, que en ciertas ocasiones lo superan en velocidad y exigencia. La nutrición, entonces juega un papel crítico en su desarrollo y una alimentación inadecuada puede influir desfavorablemente en su crecimiento y maduración sexual.
La alimentación se encuentra influenciada por gustos, hábitos, disponibilidad, costumbres, conocimientos y creencias tanto individuales como sociales, que no siempre llevan a tener una buena alimentación. Los adolescentes en la actualidad reciben de múltiples maneras esta influencia, lo que los vuelve un grupo de riesgo. Muchas veces, la escasez de recursos económicos hace que la cantidad y calidad de los alimentos consumidos no sean las adecuadas. En otros casos las formas de alimentarse se trasmiten de familia en familia, simplemente por “costumbre” comen determinadas preparaciones en ciertas ocasiones o formas. A veces, por la suposición de que tal alimento “hace bien o mal” o tal otro “engorda” es que se consumen o dejan de hacerlo. Conforman “modas” que se instalan, influidas por la publicidad, las redes sociales y hasta por los pares.
El entorno que rodea a los adolescentes en general es obesogénico, constantemente brinda estímulos que llevan al sobrepeso y la obesidad. En el contexto actual, el aumento del uso de la tecnología en reemplazo de la actividad física genera que los adolescentes estén más horas sentados que en movimiento, lo que empora su situación. Por otro lado, debemos destacar el aumento del consumo de bebidas azucaradas, como los jugos y las gaseosas, en reemplazo del agua, que pone en riesgo a este grupo y predispone a sufrir sobrepeso y obesidad.
Otra situación que se evidencia como problemática en los adolescentes es el aumento en el consumo de tabaco y alcohol, con las consecuencias físicas y sociales que esto trae aparejado. Según la última Encuesta Mundial de Salud Escolar (EMSE) realizada en el año 2012, 7 de cada 10 adolescentes probaron alcohol y/o tabaco antes de los 14 años. Socialmente la frecuencia de la introducción temprana de estas sustancias tiene importantes consecuencias en el corto, mediano y largo plazo. Los adolescentes con sobrepeso presentan un 25% más de probabilidad de fumar y un 26% de probabilidad de consumir alcohol, volviéndose así un grupo de alto riesgo.
Por otra parte, los adolescentes con sobrepeso presentan un 21% más de probabilidad de sufrir intimidación (bullying). Esta tendencia es más marcada en mujeres y también se observa una mayor tendencia al suicidio, por lo que es muy importante abordar esta problemática también desde el lado social.
Con todos estos datos, podemos concluir que debemos poner especial atención en la alimentación y la salud tanto física como mental, de este grupo, por su constante exposición a un entorno obesogénico y las consecuencias que puede tener tanto en el momento actual que transitan, como en el futuro de los chicos y chicas.
En primer lugar, debemos generar conciencia de la situación y del problema que esto puede conllevar en todos los aspectos de la vida. Muchos de estos adolescentes, y mismo sus padres no ven a la obesidad como una enfermedad, lo que genera que no haya intenciones de mejorar o comenzar un tratamiento para el cambio de hábito. También hace que se vea aumentado el fracaso en los tratamientos que se inician por obligación o por derivación médica.
Y por último, debemos trabajar socialmente en la inclusión y el acompañamiento de los adolescentes con políticas públicas y educativas que acompañen las situaciones de acoso y bullying que interfieren en las ganas de querer mejorar la situación, tanto de los chicos como de las familias. Sin victimizar, pero teniendo a este grupo como vulnerable, debemos poder revertir la situación actual de la obesidad en la adolescencia y disminuir las consecuencias tanto actuales como a futuro que esto puede ocasionar.