Tras el inicio del brote a fines de 2019 en un mercado de Wuhan -donde se vendían animales vivos-, el gobierno chino reforzó las leyes que regulan este tipo de comercio.
Además, en los últimos años prosperaron las acciones de activistas en repudio al festival. Entre ellos se encuentra el estadounidense Jeffrey Bari, que creó un refugio cerca de Pekín donde viven unos 200 perros a los que salvó de un destino fatal en la ciudad sureña.
Sin embargo, Bari no es el único avocado a la tarea, ya que decenas de militantes salvan a una incontable cantidad de perros anualmente, a través de verdaderas intervenciones en los mataderos o interceptando a los camiones que transportan a los animales a Yulín.
Si bien el consumo de carne de perro mostraba un fuerte declive en China previo a la aparición del coronavirus, la pandemia provocó un aumento en la tendencia. Además, tras el brote el gobierno aprobó una ley que prohíbe el comercio y consumo de animales salvajes.
Aunque la normativa no se aplica específicamente a los perros, el ministerio de Agricultura reclasificó recientemente a estos animales como mascotas, por lo que quedaron eliminados de la lista criaturas comestibles. Aún así, su consumo todavía no está explícitamente prohibido.
Así las cosas, el festival de Yulín comenzó el domingo y se celebrará durante una semana. Desde el inicio del evento, decenas de perros se hacinan en jaulas estrechas, según constató la agencia AFP.
Sin embargo, los proveedores especializados reconocen que el mercado comienza a sufrir dificultades. «Hay cada vez menos clientes», declaró un empleado identificado como Chen. Según el hombre, esta situación se vio acentuada por la obsesión por la seguridad alimentaria que, como consecuencia de COVID-19, se extendió por todo el país.