Es evidente que asistimos a un cambio en el estilo de vida, que está modificando nuestros hábitos de alimentación, de relación social y de movilidad, entre otros, y que, como todos los cambios, tiene aspectos positivos y negativos. Desde el punto de vista de la salud, es indudable que han predominado los negativos ya que no hemos sido capaces de cambiar de forma adecuada nuestra forma de comer y de movernos y, como resultado, tenemos ante nosotros la «obesidad», una enfermedad crónica que representa un gran problema que afecta a grandes y a chicos, a hombres y mujeres, a países desarrollados y en vías de desarrollo.
La obesidad es una enfermedad, no reconocida en nuestro país como tal pero sí por las grandes Sociedades Científicas, Organizaciones de salud y Políticas públicas Gubernamentales en Europa, América del Norte, entre otras. Es importante recalcar que es una enfermedad crónica y como tal, su tratamiento no puede ser bajo ningún punto de vista una dieta imposible de sostener con una duración corta y un final. Estamos de acuerdo que todas las enfermedades crónicas necesitan tratamientos prolongados o de por vida dependiendo del caso individual.
Resulta además muy trascendental informar a la población que la obesidad no es causada por falta de voluntad ni por culpa del paciente, logrando así comenzar con la erradicación del estigma que sufren los pacientes que la padecen. El sobrepeso y la obesidad surgen de la interacción de un trastorno genético múltiple y un medio ambiente claramente favorecedor que potencia un aumento de la ingesta y una reducción del gasto energético al disminuir de forma alarmante la actividad física espontánea y programada. Esta particular forma de producirse hace que no tenga una única solución como una dieta mágica o un polvo que la cure, y que, con el tratamiento etiopatogénico basado en evidencias científicas, los cambios que se consiguen sean lentos, no muy entusiasmantes desde la perspectiva del paciente y difíciles de mantener a medio y largo plazo.
Este hecho, unido al boom que ha supuesto la imagen de la delgadez como éxito social en los medios de comunicación, derivó en la búsqueda de «remedios milagrosos» con los que conseguir una pérdida de peso rápida e intensa a cualquier precio. Es evidente que estas sustancias van en contra del verdadero tratamiento de la obesidad como enfermedad, que busca conseguir, mediante la reeducación y el acompañamiento psicoemocional, un cambio en los hábitos alimentarios y un aumento de la actividad física diaria, y con ello una moderada, posible y sostenida pérdida de peso de entre el 5 y el 10%. Hoy sabemos que con esta pérdida de peso se consigue una reducción importante de los factores de riesgo cardiovascular, tales como la diabetes, la hipertensión y la dislipemia. Una y otra vez los expertos en obesidad insistimos en que la pérdida de peso debe ser lenta y progresiva, buscando una disminución de la masa grasa, y que cuando no ocurre así, se produce fundamentalmente una pérdida del contenido de agua o de masa magra del organismo que será la base para la pronta recuperación del mismo.
El aumento del tejido adiposo, con el consiguiente exceso de peso, es uno de los signos objetivables por el paciente con obesidad en la balanza, pero para nada puede ser un medidor del éxito parcial del tratamiento semana a semana, ya que el objetivo no se basa solo en perder peso. Este tipo de planteo terapéutico, inicialmente sencillo, supone para el paciente un gran esfuerzo, principalmente porque hay que despojarlo de la idea de que es gordo solo por lo que come y que la solución es la dieta estricta, transpirar haciendo ejercicio envuelto en papel film para perder calorías al máximo para luego de tanto esfuerzo pesarse y que nada haya cambiado.
La finalidad del tratamiento es un cambio de estilo de vida que debe mantenerse para siempre sin fecha de vencimiento, por eso no debe ser prohibitivo o insostenible. Sin embargo, por desconocimiento o por desesperación los pacientes son víctimas crónicas de una nueva estafa o promesa mágica que solo los conducirán, una vez más, al fracaso y a la perdida de dinero. Esto, junto con todas las alteraciones metabólicas que ocurren en el síndrome de renutrición, implica un alto índice de abandonos y la recuperación del peso perdido que, en la mayoría de las ocasiones, acaba superando con creces el peso con el que se empezó o se pretendió equivocadamente adelgazar, pensando que era un simple tratamiento. Aquí es donde los remedios «milagro» que otorgan las diferentes DIETAS DEL MERCADO QUE SOLO CAMBIAN DE SLOGAN PERO SON LO MISMO encuentran su caldo de cultivo, y es fácil entender por qué han proliferado tanto en las últimas décadas. Ellas han sido y seguirán siendo una de las grandes colaboradoras de que el mundo siga engordando.