Baco quiso vivir en Campo Ramón
“La zona de Campo Ramón era de italianos, generalmente los europeos venían de una contsutmbre de tomar vino y grappa, ellos eran del norte de Italia, del Friuli, un lugar montañoso y frío”, asi comienza a relatar Tonín. Dice que hace tantos años hacen vino, y que no se acuerda la fecha en que la tradición vinícola comenzó en su familia. Habla de la comunidad de Campo Ramón, chacras aledañas, todos italianos.
Complementando lo que dice su padre, Guerino añade “de donde venían era una zona con viñedo, plantaban mucha uva, y por ahí ellos quisieron tener eso acá también, seguir con eso”.
La manera de hacer el vino es la misma que las chacras de Campo Ramón vieron nacer, la tradición se conserva y se refuerza.
Del parral a la botella
Guerino dice: “Lo hacían como lo seguimos haciendo nosotros. Hay una parte que le decimos galpón, y ahí hay un sótano. En ese lugar poníamos la pipa, es donde se muele la uva. La molienda se hace tipo trapiche. Ambos son de madera. Se cosecha la uva, se la muele y se la deja fermentar más o menos 10 días, depende el calor. Luego se la pasa a los barriles que están en el sótano, para envasarla”. Según cuentan los Filippin, el secreto está en hacerlo en comunidad. No hay pruebas científicas, pero se dice que el vino sale mejor.
Uvas en el fondo del barril Pipa para moler la uva
“Primero se cortan los racimos de la planta, se coloca en recipientes. Se traslada desde el parral hasta la casa con la vieja camioneta, luego se muele. Ahí uno se sube a una tabla con tambores, para quedar a la altura del trapiche y vas pasando el balde que se descarga, va girando y moliendo la uva. Luego se deja diez días fermentando y con una manguera se pasa de la pipa, hacia los barriles que está en el sótano”, así el hijo de Tonín describe paso a paso el trayecto desde la parra a la botella. Paciencia y precisión, puntos claves para un óptimo resultado.
Autor: Tonín Filippin Tonín Filippin
El comienzo del vino en Campo Ramón
“Cuando yo era chico, tenía 12 años, me acuerdo bien que acá entre Manarín, De Lorenzi, Carrara, Chies, papá y otros, con idea de Severino Chies, salió de hacer grappa. Entonces hacíamos el vino entre diciembre y mediados de enero y nos turnábamos para el uso del alambique. Y cada uno haría diez, o quince litros. Eso tenía que durar todo el año, en invierno tomaban en café a la mañana con grappa. Además tenían la costumbre de tomar una pequeña medida a la mañana temprano, una al medio día antes del almuerzo y a veces a la noche”, recuerda Tonín toda la tradición que atañe al consumo de este destilado.
“Las uvas eran francesas, Santa Isabel. Antes tenían sólo esa o la moscatel y la chinche. Ese era el parral viejo que plantó mi nonno. Cuando mi papá hizo el retiro voluntario de la docencia volvió a plantar, mayormente tenemos la uva francesa. Aunque a mi papá le gusta probar con injertos u otras clases, pero tenemos algunas, como por ejemplo Venus…” dice Guerino, a lo que Tonín, recorriendo los parrales en su cabeza, recuerda otros nombres y añade: “Corinto, Niágara, Moscatel, Chardonnay, Tintorera y otras que yo traje de Mendoza”. Incluso, cuentan los Filippin, que van a buscar uvas a Brasil, para enriquecer su producción.
El legado de los italianos en la tierra colorada se mantiene con las costumbres, el recuerdo, compartiendo y preservando. Los Filippin lo saben bien, es por eso que hacen vino y tradición, porque tienen una historia que contar.
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