Juan Fagundez (59), músico y ex combatiente de Malvinas, hace cuatro años tuvo que vender su acordeón. El ministro de Cultura, Joselo Schuap, arribó a su chacra en El Soberbio, en el Día del Veterano y los Caídos en la Guerra, y le entregó un nuevo instrumento “en nombre del pueblo misionero”. Además, se relevó su situación socio económica y sanitaria.
Paraje San Ignacio Bajo, es el nombre de una colonia rural situada a pocos kilómetros del casco urbano de El Soberbio, en cercanías al arroyo Guaramboca. El paisaje del lugar recrea lo más clásico de la visualidad misionera: picadas de tierra roja, verdor en abundancia, ranchos y viviendas con chimeneas humeantes y baqueanos transitando en carro de buey. El dialecto imperante es el portuñol y el aire huele a monte y citronella. Aquí, junto a su familia, vive Juan Fagundez, ex combatiente de la guerra de Malvinas.
Nacido el 9 de julio de 1962, Juan nació y se crió en El Soberbio, como él mismo dice, “siempre en la chacra”. Hace 40 años, cuando tenía 20, le llegó una citación para sumarse a un operativo de custodia en Monte Caseros, provincia de Corrientes. Nunca imaginó que esa convocatoria, terminaría siendo su pasaporte a la guerra. “Fuimos engañados. De un día para otro nos mandaron a Malvinas. Éramos jovencitos sin la preparación necesaria. Había algunos soldados que como todo entrenamiento tenían una semana de salto de ranas” recuerda Fagundez.
Días de guerra
Juan llegó a la Isla Gran Malvina en junio de 1982. Participó de los combates ocurridos en Monte Harriet y Monte Kent, ambos en la isla soledad. “Cada hora parecían días. El sufrimiento es muy grande estando allí. Enfrentábamos a un ejército de profesionales bien preparados, y a nosotros se nos caían las armas de las manos por el hambre. Me tocó ver cosas horribles. Enterrar a un compañero muerto en combate, sin brazos, sin rostro. Me tocó ser estaqueado en una cárcel de campaña por un superior. En la guerra uno llora, recuerda y, aunque parezca extraño, también hubo momentos que reíamos y cantábamos” evoca Juan.
Su memoria alberga innumerables anécdotas de aquellos días. Las cuenta sin obviar detalles y por momentos, con lágrimas en los ojos. “Una vez, estando en la trinchera, nadie quería ir a buscar la comida. Entonces yo dije, bueno, voy a ir yo, pero me voy a comer toda la carne. Salí y comencé a andar hacia el lugar donde cargábamos la comida en unos cilindros que nos daban. Cargué la comida y empecé a volver. En eso, los ingleses comenzaron a tirar. Comenzó un bombardeo. Se me cayó toda la comida. Era una tristeza ver esa comida tirada con el hambre que teníamos” cuenta Juan.
En combate, esquirlas de mortero lo hirieron gravemente en cuello y espalda. Era el principio del fin de la guerra para el soldado misionero: “Un inglés me salvó la vida. Me agarró, me levantó y me llevó a un vehículo. Aparecí en un barco de tres pisos – el HMS Uganda-. Había heridos por todas partes, gente destrozada. Ahí en ese barco inglés me hicieron las curaciones. Me dieron ropa y el 25 de junio me llevaron en barco a Río Gallegos. La guerra ya había terminado”.
Volver
El regreso y los años posteriores fueron terribles para Juan. Como le ocurrió a cientos de sobrevivientes -muchos incluso llegando al extremo del suicidio-, los tormentos psicológicos y las secuelas físicas truncaron esas juventudes atravesadas por una de las experiencias más traumáticas a la que puede estar expuesto un ser humano. “Primero nos prohibieron hablar con la prensa. Nos tenían amenazados. Hasta que volvió la democracia. Yo estuve 15 años soñando con la guerra todos los días. La gente te desprecia, te trata de loco” dice Juan.
En aquellos primeros años posteriores a la guerra, Juan permaneció una temporada en Buenos Aires. Fue colectivero, camionero, trabajó como sereno y durante un tiempo, se ganó la vida tocando el acordeón en fondas y fiestas. “Yo aprendí a tocar a los 12 años en El Soberbio. Y al volver de la guerra estaba viviendo en una pensión en Buenos Aires y tenía un acordeón 80 Bajos. Me ponía en la espalda y salía a ganarme la vida tocando schotis y chamamé por ahí”, afirma el ex soldado.
Con los años, pudo volver a Misiones. Se instaló en una chacra en El Soberbio. Desde hace nueve años comparte la vida con su compañera Rosana y las hijas de ésta. Debido a una avanzada diabetes, perdió una pierna y para costear gastos, al igual que Cantalicio, el emblemático personaje narrado por Mario Bofill en una de sus composiciones, y cuyo título encabeza esta historia, Juan tuvo que vender su acordeón. “Hace casi cuatro años que no toco. Vendí mi acordeón para costear mi enfermedad” cuenta Juan.
“Un presente en nombre del pueblo misionero”
El sábado 2 de abril, en coincidencia con el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas, el ministro de Cultura de la Provincia de Misiones, Joselo Schuap, visitó a Fagundez en su chacra. Compartieron un almuerzo y una extensa conversación. En “nombre del pueblo misionero”, el ministro hizo entrega a Fagúndez, de un acordeón a piano para que pueda volver a vincularse con la música. Juntos, interpretaron algunos chamamés. “La vida de Juan no ha sido fácil. Padeció las secuelas de la guerra, la diabetes y la amputación de una pierna. Tuvo que alejarse de la música. A través de un artículo publicado en el diario El Territorio nos enteramos de su historia y sentimos que había que estar hoy aquí. Este es un instrumento que no es fácil de conseguir y se debe personalizar con el tiempo. Hoy es una gran satisfacción poder ver a Juan con su nuevo acordeón, reencontrándose con la música” expresó Schuap.
Además del instrumento, el ministro relevó la situación actual del ex combatiente en cuanto al acceso a la salud y otras cuestiones de primera necesidad, comprometiéndose a gestionar soluciones.
“Me siento infinitamente agradecido. Estoy muy emocionado. Pensé que nunca más iba a volver a tocar” manifestó Juan Fagúndez, ya con su instrumento en el regazo y una sonrisa surcando su rostro.
Debe estar conectado para enviar un comentario.