Carina Rosavik tiene 45 años, cuatro hijos y es activista en la ONG Nosotros, en Córdoba, que se encarga de rastrear identidades. Su misión comenzó en 1999, cuando murieron sus padres y se enteró que era hija adoptiva: “Nunca me sentí que era hija de mis padres, es algo fuerte y que te sale de las entrañas, y eso, para mí, es algo que la sangre propia manda”.
Carolina Sangiorgi tiene 44 años, dos hijos y desde siempre sabe que quienes la criaron no eran sus padres biológicos: la inscribieron en el Registro Civil cumpliendo los pasos legales de adopción.
Ambas estaban originalmente inscriptas como NN por identidad desconocida. Cada una por su lado, se sometieron a análisis de ADN a través de Abuelas de Plaza de Mayo, creyendo ser posibles hijas de personas desaparecidas, pero los resultados dieron negativo.
El encuentro entre las hermanas sucedió gracias al cruzamiento de datos entre bancos genéticos de Abuelas de Plaza de Mayo y la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi).
La confirmación del lazo sanguíneo entre ellas les llegó a través de una operadora de Conadi. La primera en saberlo, a solas y sin nadie con quien compartirlo, fue Carolina.
A Carina, que tiene contacto fluido con los miembros de Conadi-Córdoba por la actividad de la ONG Nosotros, el anticipo la tomó de compras en un supermercado. De inmediato le pasaron fotos y hasta un audio de Carolina.
El primer encuentro fue por videollamada. Entre lágrimas y felicidad, acordaron encontrarse en Córdoba. Allí se abrazaron, entre balanceos y palabras al oído, felices ante sus hijos, testigos de semejante reencuentro que implica a partir de ahora una familia ampliada.
Fuente, La Nación.
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