Más de 300 alumnos que llegan desde Rusia están inscriptos en colegios estatales de la Ciudad de Buenos Aires. El fenómeno se replica también en privados. Todos debieron adaptar sus clases para integrar a estos niños que desembarcaron, en su mayoría, sin hablar una palabra en español. El desafío de los docentes.
“¿Do you like oreo?”. La escena se da en el recreo de un colegio porteño, entre un alumno de séptimo grado y su flamante compañerito ruso. Ninguno de los dos habla inglés fluido, pero el gesto de bienvenida y acercamiento se vuelve universal con un paquete de galletitas en la mano.
Acaso sea el mejor indicio para la segunda oportunidad que vinieron a buscar los miles de ciudadanos rusos que llegaron a la Argentina el último año, huyendo de la guerra (las cifras de Migraciones señalan que desde enero de 2022 hasta la fecha se solicitaron 3 mil pedidos de radicación). Pero este desafío excede las buenas intenciones. La matrícula 2023, solo en los colegios de gestión estatal de la ciudad de Buenos Aires, tiene en total 327 inscriptos venidos de ese país, repartidos en los distintos niveles. El fenómeno se replica también en colegios privados, aunque no hay cifras oficiales; todos debieron adaptar sus clases para integrar a estas niñas, niños y adolescentes que desembarcaron, en su mayoría, sin hablar una palabra en español.
“En este momento tenemos 18 familias rusas en nuestra comunidad educativa”, describe Vanina Casali, directora de la escuela 9 de Palermo. “El año pasado empezaron a llegar los primeros, así que ya tenemos algo de experiencia, pero es cierto que este año se incrementó la demanda. Al ser un colegio bilingüe, muchas familias lo eligen porque facilita la adaptación de los chicos. Hablamos un poco en inglés, pero también hay un lenguaje no verbal que aparece en la necesidad de comunicarnos. Es un aprendizaje para todos”, agrega.
Maksim tiene 5 años y mira con sus ojazos verdes, asomado desde la puerta de la biblioteca. Acaba de empezar primer grado y comparte el aula con otros cuatro niños rusos. “Todavía no tengo amigos en la escuela -dice sin hacer puchero-, para mí fue muy difícil porque no hablo español, al principio lloraba, aunque, de a poquito, me estoy adaptando”, dice mientras cuenta que ya aprendió a decir en castellano las palabras helado y frutilla, que es su gusto favorito y también cómo pedir permiso para ir al baño
Susana, la seño, se las arregla a pura sonrisa, mucho lenguaje de señas y el traductor de Google siempre a mano. “Los chicos a esta edad tienen una facilidad enorme para aprender lo nuevo y son muy creativos. Trato de armar pequeños grupitos mezclados para que interactúen todos y creo que va funcionando”.
El gran desafío en esta historia, además del que tienen los alumnos desde luego, es el que debe afrontar el cuerpo docente, sobre todo en las escuelas públicas. Al atraso curricular generado por la pandemia y el trabajo contrarreloj para llegar a dar los contenidos pautados más los pendientes, se suma atender las demandas individuales, no solo escolares sino también las de carácter social, de todo el grado; y a eso la contención e integración de los recién llegados.
“Es una enorme responsabilidad para mí como docente hacer que estos chicos se integren. Es un idioma tan distinto al nuestro, con una escritura diferente también; la verdad es que ellos ponen toda la voluntad para hacernos la tarea fácil, pero es necesario tener recursos para poder comunicarnos, no solo en cuestiones básicas, sino que tenemos que lograr darles los contenidos como al resto de la clase. En mi caso no hablo inglés, así que uso el traductor en el aula, también les permito usar el teléfono y luego en casa armo tareas especiales adaptadas para ellos. Implica trabajo extra, es verdad, pero no veo otra manera de lograr que funcione. Y ya me anoté en un curso de idioma que me va a servir también”, cuenta Nancy, maestra de séptimo grado y unas pilas que dan ganas de pedirle que no se jubile nunca, aunque lleve como treinta años de carrera docente.
Del lado de los padres y madres rusos, todo es puro agradecimiento. “Vinimos pensando en el futuro de nuestros hijos. Es muy difícil vivir en Rusia en este momento, realmente nos da miedo; elegimos la Argentina buscando aquí una nueva oportunidad”, dirá Mila con lágrimas en los ojos y su hijito a upa, en la biblioteca de la escuela nueva de la que ya un poquito se sienten parte.
Fuente, TN
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