El joven Matías Da Luz explicó cómo logró adaptarse a la vida académica y laboral mediante la predisposición de su entorno, pero sobre todo, mediante los mecanismos de “autoinclusión”.
Son incontables los desafíos que debe encarar un estudiante universitario para recibirse y, luego, ejercer su profesión. Pero más aún si ese estudiante tiene algún tipo de discapacidad que le dificulta hacer tareas obligadas como leer y escribir en un tiempo, muchas veces, limitado.
Esa es la historia de Matías Da Luz, un misionero de 38 años con discapacidad visual que hace siete ejerce como abogado matriculado en Puerto Rico, gracias a un montón de factores, pero uno en especial: “la autoinclusión”, como lo denominó él.
“Creo personalmente que la inclusión también está en el individuo. Centrar todas las charlas en tu discapacidad se hace insoportable. También uno debe adaptarse y ser anfibio. Las personas te pueden dar una ayuda, pero no todo va a girar en torno de uno mismo, como el sol con los planetas”, comenzó señalando Matías a Primera Edición.
Como ejemplo de su autoinclusión, el joven abogado mencionó varios ejemplos que no solo tuvieron lugar en la facultad y la secundaria, sino con su círculo de amigos.
“Para jugar a las cartas las pasaba a braille. Mis amigos me decían cuatro de espadas, cuatro de copas y yo iba adaptando mis cartas. Ese es un ejemplo de inclusión personal”
Luego, en la secundaria “yo escribía en braille y mi mamá me pasaba a tinta sobre la misma hoja entonces así los profesores podían corregir mis trabajos prácticos”, recordó el abogado.
En ese punto Matías remarcó que su madre fue una gran visionaria ya que entendió que el único medio, para la independencia de su hijo, era tener una formación profesional.
Respecto a eso el joven narró que siempre supo cuál era su profesión ideal; “desde los nueve años supe que quería ser abogado, porque me gustaba mirar la tele y ver películas donde los tipos hacían preguntas y ayudaban a descubrir la verdad. Eso me fascinaba”, recordó.
En ese punto Matías explicó que suele usar los verbos “mirar” y “ver”, indistintamente, y que “ofenderse porque la otra persona te dice viste tal cosa, son tonterías que no ayudan a la persona a salir del centro”.
Más adelante, cuando tuvo la oportunidad de ir a la Universidad, contó que dos cosas le facilitaron su trayecto: primero que en la facultad priorizaban los exámenes orales, y segundo que se encontró un equipo de amigos con los cuales encontró una dinámica ideal de estudio: cuando había que leer esas extensas bibliografías como el Código Civil, se reunía con sus compañeros y ellos leían en voz alta mientras Matías grababa: un trato beneficioso para ambas partes.
Así fue transcurriendo un camino, nada fácil según Matías; pero que le condujo a su presente: con su propio estudio jurídico y el apoyo incondicional de su señora Débora y su pequeño hijo Joaquín.
“Hay que salir del lugar de la autocompasión”
Uno de los consejos más importantes que dejó Matías a las personas con algún tipo de discapacidad es salir del lugar de autocompasión, ya que “es un lugar oscuro, solitario que no lleva a ningún lado y le hace sentir a las personas que son víctimas de la historia y centro del universo”, afirmó.
En ese marco, según el joven, antes era más complicado para una persona con discapacidad acceder a la educación; sin embargo, hoy existen métodos como el sistema talkback que les permite a las personas con discapacidad visual acceder a textos.
Si bien Matías solo tiene una visión del 15%, “en mi celular puedo leer archivos PDF que me llegan, he comprado libros de librerías jurídicas, tengo clientes que me mandan cuestiones que debo leer y puedo acceder sin necesidad a que el cliente lo lea”, afirmó.
En ese marco reconoció que “la tecnología es una aliada para la persona con discapacidad visual, hoy prácticamente no hay obstáculos para estudiar”.
Pérdida de visión en la niñez
Matías explicó que perdió la visión cuando era niño, tras contraer un virus que casi le cuesta la vida. “En el año 92 tuve una rara enfermedad, me agarró un virus (aunque en ese momento no se sabía que era un virus) pero los síntomas eran compatibles con la meningitis. Cuando uno pierde algo es traumático, pero esto fue doblemente traumático porque fue con dolor intenso”, recordó Matías.
Años tardaron los médicos en descubrir que se trataba de una virosis óptica irreversible que le dañó el nervio óptico. Luego de eso, acudió al Centro de Habilitación y Rehabilitación del Ciego “Santa Rosa de Lima” en Posadas donde aprendió a usar el bastón, a leer y escribir en braille y a moverse por la ciudad de forma independiente; y donde logró reinsertarse en el sistema escolar.