Fabiola Yáñez sufrió ninguneo, infidelidades, violencia y maltratos en la Quinta de Olivos.
Alberto Fernández tenía un grupo de amigos, esclavos del plato y de la copa que lo acompañaban noche a noche en Olivos. Todos ellos sabían lo que pasaba en la pareja. Miraban para otro lado. Le hacían una claque al gran seductor, macho porteño, que no dejaba mina en pie. Esa era la música para sus oídos. En honor a la verdad, como mujer, a mí no me movía un pelo, un gordito poco alineado. Tampoco era un seductor que te daba vuelta la cabeza con la palabra, ni un político con carisma extraordinario. Menem, no es. Algún encanto oculto tal vez tenga, tanto no lo conozco, desnudo no lo vi. Vaya a saber.
El poder erotiza, es cierto. No fueron pocas las periodistas que entraban a Olivos o Casa de Gobierno y salían primera dama. Eso sí, la realidad no tardaba en imponerse y volvían a ser periodistas. Esta profesión da para todo. El deseo siempre está, pero la vocación es más fuerte. Es el fuego sagrado. La vergüenza ajena la perdí hace tiempo, pero me dolió el alma por la denigración a la cual vi que se sometieron mis colegas. Algunas de ellas, ciegas de resentimiento de pasar a hablar del presidente más valioso de la historia, de un día para otro dijeron de todo, hasta que le gustaba que le pegaran. La que más sangró por la herida llegó a entrevistarlo casi desnuda en vivo y en directo. Fabiola sabía todo y sufría en silencio. Creía con ingenuidad en lo que él le decía. Lloraba mucho, entre conocidas en común no podíamos creer que estuviera tan enamorada.
La angustiaba no poder quedar embarazada, se encomendó a la virgen de Guadalupe, hizo un tratamiento de fertilidad y por fin apareció Francisco en la panza. El amor es ciego, pero la convivencia le devuelve la vista. Fabiola explotó. Gracias a Dios. Pudo emerger de una relación tóxica. Su estado emocional, frágil, es la convalecencia de la enfermedad del alma, esa que no se ve a simple vista. Todavía hay que soportar el lenguaje abusivo del entorno de Alberto: le dijimos que no llevara de primera dama a “una salidora”. Lo demás, es silencio.