Vecinos y personas de diversas comunidades autónomas trabajan como voluntarios para restablecer la normalidad en Alfafar (Valencia) tras el desastre que generaron las lluvias.
La madre de Natalia, Irina Bravo (40 años), no ha querido que la DANA opaque una fecha tan importante, así que le ha pedido a su hermano Álex que le traiga una tarta desde Valencia: “Quiero que por lo menos hoy mi hija tenga una hora de paz”.
Ya habrá tiempo para la indignación, que la hay, y por doquier.
«Es una vergüenza que después de cinco días no haya venido ninguno de los cuerpos oficiales del Estado. Esto es inhumano”, protestaba Irina este sábado. Los testimonios de vecinos inconformes, cuando no furiosos, con la Administración brotan en cada esquina de la zona cero del desastre. Se declaran desatendidos por el Gobierno y aseguran que la única ayuda y comida que han recibido ha venido de manos de civiles voluntarios.
“Los tres primeros días ha sido la gente la que ha sacado las castañas del fuego. La gente es la que ha limpiado el barro de las calles para poder acceder”, comenta Eloy Idala, de 41 años, sentado en una lavadora enterrada por el fango en plena vía pública. Por estos días hay una frase que se escucha como un mantra en Valencia: “Solo el pueblo salva al pueblo”.
Testimonios
“Me da rabia que salga en la tele que no hace falta ayuda, que está todo organizado. Es mentira, no ha venido nadie a ponerse en contacto con nosotros. No queremos ayudas, queremos que recojan a la gente muerta de la calle”, ha lanzado Irina desde el cuarto donde amontona los enseres que pudo rescatar de la riada.
El nivel que alcanzó el agua en el interior de su casa se puede inferir de la línea marrón que atraviesa las paredes del hogar más arriba de la rodilla como una cicatriz de la tragedia. “Fue como la película de lo Imposible: en minutos el agua pasó de correr por el suelo a llegar casi al primer piso”.
Ya afuera del inmueble, Irina comenta: “Esta es mi casa”, apuntando a una montaña de muebles, hierros, ropa y electrodomésticos tirados junto a la entrada principal del edificio y carcomidos por el barro. Un día más tarde, esa “casa” sería recogida con la pala de un buldócer.
El domingo 3 de noviembre, el Estado se ha sentido en Alfafar con unidades de la Unidad Militar de Emergencias y con grupos de bomberos, que han ayudado a remover autos y limpiar las calles. Pero ya era tarde para evitar la indignación.
“La ayuda llega cinco días tarde”, se queja el alcalde de la localidad, Juan Ramón Adsuara.
A pocos menos de tres kilómetros de allí, los reyes de España, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, eran abucheados y agredidos en Paiporta, el punto más mortal de la catástrofe, bajo el grito de “asesinos”. Sánchez tuvo que abandonar el lugar, cojeando, tras recibir un golpe. La Policía investiga si hubo agitadores y organizadores del ataque.
Solidaridad de a pie
Seis días después de la DANA, el sinfín de automóviles estrellados, apilados o clavados en el lodo son la cara más apocalíptica del panorama. Los hay por todos lados y en los lugares más insospechados: en la segunda planta de una casa, en el campo de fútbol de una escuela, en las ramas de un olivar o en los márgenes de las carreteras.
El barro se ha convertido en un caldo insalubre y pestilente. Se ha mezclado con los aceites de los vehículos, provocando charcos ennegrecidos y viscosos. Basura, heces y orines también subyacen bajo el fango, lo que hace de una simple cortada una herida potencialmente peligrosa. El sábado 2 de noviembre, 19 voluntarios fueron hospitalizados por inhalación de monóxido de carbono, mientras limpiaban un garaje en el municipio de Chiva.
Sin embargo, nada detiene a los cientos de civiles que se ven por toda la ciudad de Valencia, caminando con palas, escobas, carros de la compra y bolsas con enseres rumbo a las zonas anegadas. Como el Gobierno ha impedido el tránsito vehicular a particulares, deben andar kilómetros hasta llegar a las zonas afectadas. Poco parece importarles.
Javier Gutiérrez, de 28 años, viajó casi 500 kilómetros, desde Santander hasta Alfafar, para ayudar a un amigo a limpiar la casa. Aunque la arreglaron en un día, terminó quedándose dos días más para echar una mano al resto de los afectados.
La dupla de voluntarios compuesta por Jesús López, de 29 años, y Jesús Carreño (28) llegaron desde Alicante.
“Sentimos que sí se necesitaba gente por mucho que dijesen que no viniesen voluntarios. Y cuando llegamos a la zona, pues solo había voluntarios», afirma López.
Esa ausencia del Estado hace sentir “triste” a Carreño: “Da la sensación de que los han dejado un poco abandonados”, remata.
Ambos estaban trabajando achicando el agua de un garaje en la tarde de este domingo, cuando Policía emitió un nuevo aviso por lluvias, solicitando a todo el mundo irse a las casas.
Fuente, France 24