Con más de tres décadas de entrega ininterrumpida, el Hogar Santa Teresa del Niño Jesús de Oberá conmemora sus 32 años de historia, marcada por la compasión, la solidaridad y el compromiso con los más vulnerables. Este proyecto, nacido de la empatía del padre Guillermo Hayes, se ha consolidado a lo largo de los años como un faro de esperanza para personas con discapacidad y en situación de abandono, y hoy se proyecta hacia el futuro con renovados desafíos y el mismo espíritu filantrópico que lo vio nacer en 1993.
Un origen cimentado en el testimonio del abandono
A mediados de 1987, el padre Guillermo Hayes, sacerdote misionero del Verbo Divino, arribó a Oberá para desempeñarse como capellán del Hospital SAMIC. Pronto quedó impactado por la realidad de pacientes con discapacidad física e intelectual que, tras recibir atención médica, no contaban con un entorno adecuado donde continuar su recuperación o simplemente vivir con dignidad. Muchos eran derivados a hospitales de otros lugares, o, en el peor de los casos, quedaban en situación de calle o en el olvido institucional.
Conmovido por lo que presenció en los pasillos del hospital, el padre Hayes decidió dar un paso al frente: “No basta con sanar el cuerpo si el corazón queda desamparado”, llegó a decir en sus primeras homilías en Oberá. Así nació la idea de un hogar que no solo brindara techo y alimento, sino también contención afectiva, acompañamiento terapéutico y un proyecto de vida para sus residentes.
La puesta en marcha de un sueño
El 15 de mayo de 1993 se inauguró oficialmente el Hogar Santa Teresa del Niño Jesús. Situado en un terreno donado por la comunidad local, comenzó con apenas ocho camas, un pequeño equipo de voluntarios y la certeza de que había una misión que cumplir. Desde el primer día, el padre Hayes convocó a profesionales de la salud, educadores y trabajadoras sociales, pero también confió en el aporte de vecinos dispuestos a colaborar con lo que tuvieran a mano: ropa de cama, insumos de limpieza y, fundamentalmente, su tiempo.
Esa combinación de esfuerzos, entre lo formal e institucional y lo espontáneo y solidario, permitió que el Hogar Santa Teresa fuera creciendo. Pronto se incorporaron terapias ocupacionales y actividades recreativas, y se acondicionaron espacios para consultas médicas. La palabra “residencia” cedió lugar a “hogar”, reflejando un clima de familia y no de internación.
De hogar a fundación: diversificación de la atención
A medida que la demanda de plazas se incrementaba, el proyecto necesitó nuevas estructuras. Así, alrededor del año 2000, surgió la Fundación Guillermo Hayes, que amplió la visión original y creó tres nuevos centros:
- Hogar Espíritu Santo: destinado a personas con discapacidad intelectual, con talleres de arte, música y huertas terapéuticas.
- Hogar Virgen de Luján: pensado para adultos mayores con discapacidad, donde se combinan cuidados geriátricos con espacios de memoria y recreación.
- Jardín Bíblico: un parque temático de nueve hectáreas, ubicado a 9 km del centro de Oberá, que recrea episodios de la vida de Jesús a través de senderos, esculturas y estaciones, y que se convirtió en un atractivo turístico y espiritual de la región.
Cada uno de estos centros comparte el mismo espíritu: promover la dignidad humana, ofrecer contención integral y generar oportunidades de desarrollo personal. Hoy, la Fundación atiende a unas 60 personas en situación de residencia permanente y recibe a decenas más en modalidad de tránsito, cuando la justicia o los servicios sociales derivan casos de urgencia.
Un equipo comprometido: más de 50 manos al servicio de la vida
Detrás de cada residente, hay un equipo interdisciplinario conformado por médicos, psicólogos, terapistas ocupacionales, asistentes sociales, educadores y personal de apoyo. En total, más de 50 trabajadores sostienen la labor 24/7. “Cuidamos con el corazón y con la ciencia”, resumen desde la coordinación general.
La rutina diaria arranca a primera hora con un desayuno compartido, seguido de controles médicos y sesiones de fisioterapia o estimulación sensorial. Por la tarde, talleres de expresión artística, música, deportes adaptados o paseos por el Jardín Bíblico, donde la contemplación de la naturaleza y las escenas evangélicas sirven de herramienta terapéutica. La noche se cierra con un espacio de oración y reflexión, herencia ineludible del legado espiritual del padre Hayes.
Financiamiento: una alianza entre Estado y sociedad civil
El sostén económico de la Fundación Guillermo Hayes descansa en tres pilares: aportes del Gobierno de la Provincia de Misiones, convenios con organizaciones no gubernamentales y la cooperación directa de la comunidad. Los fondos estatales cubren una parte de los sueldos y las cargas sociales del personal, mientras que las ONG aportan recursos para equipamiento y programas específicos.
Sin embargo, el día a día demanda mucho más. Gastos corrientes como la reposición de ropa de cama —fundas, sábanas, frazadas ligeras—, artículos de higiene personal, alimentos no perecederos y productos de limpieza suponen un desembolso constante. Por ello, la Fundación mantiene abiertos canales de donación en especie y en dinero. En sus redes y página web, detalla una “lista de necesidades” actualizada: toallas, baberos para adultos, pañuelos desechables y envases térmicos para alimentos, entre otros.
La mayor parte de los insumos proviene de la solidaridad de familias, comercios locales y parroquias cercanas. Cada mes, se organizan colectas en plazas y eventos comunitarios, donde el encuentro social se combina con el impulso solidario. Niños que recortan cupones de alimentos, jóvenes que donan horas de voluntariado y familias que celebran cumpleaños convirtiéndolos en “jornadas de recolección” de insumos: así funciona esta red de colaboración.
El Jardín Bíblico: un espacio de encuentro y reflexión
De los cuatro centros, el Jardín Bíblico es el más singular por su carácter público. Inaugurado en 2005, este parque temático atrae a turistas, peregrinos y curiosos que buscan una experiencia espiritual en contacto con la naturaleza. A lo largo de sus senderos se suceden 14 estaciones, cada una representando un pasaje del Vía Crucis y otros momentos de la vida de Jesús. Esculturas de artistas locales, bancos de madera tallada y miradores panorámicos hacen del recorrido una invitación al recogimiento y la contemplación.
Más allá de su valor religioso, el Jardín cumple un papel social: entre sus árboles funcionan talleres de huerta, carpintería y encuadernación, donde participan personas con discapacidad intelectual del Hogar Espíritu Santo. Sus productos —plantas ornamentales, juegos de escritorio, cuadernos artesanales— se venden en la tienda del parque, generando ingresos que se reinvierten en la Fundación.
Cada año, miles de visitantes —se contabilizan entre 10.000 y 15.000— recorren sus kilómetros de senderos. Para muchos, el Jardín Bíblico es un descubrimiento que combina turismo rural, cultura y fe. Para la Fundación, es un puente para dar a conocer su obra y sensibilizar a la sociedad sobre la inclusión.
El legado imperecedero del padre Hayes
El 21 de noviembre de 2014, el padre Guillermo Hayes falleció tras una breve enfermedad. Su partida generó un luto profundo en Oberá y en toda la provincia de Misiones. Sin embargo, el testamento espiritual que dejó no fue de papel, sino de acciones: “Estamos en este mundo de paso, y nuestra misión es hacerlo un poquito mejor”, repetía en sus últimos años cada vez que inauguraba un dormitorio, bendecía un nuevo taller o recibía a un donante.
Hoy, sus palabras resuenan en cada pasillo, en cada banco del Jardín Bíblico y en el silencio compartido antes de la oración vespertina. Los coordinadores de la Fundación aseguran que mantienen viva su impronta no sólo por devoción, sino porque “su método” —la escucha activa, la cercanía con la gente y el acompañamiento integral— sigue siendo el mejor camino para atender a aquellos que no tienen voz.
Nuevos desafíos en un contexto cambiante
A 32 años de su fundación, la Fundación Guillermo Hayes encara nuevos retos. La pandemia de COVID‑19 expuso la vulnerabilidad de las personas con discapacidad en contextos de aislamiento prolongado; hoy, la institución trabaja en planes de bioseguridad y teleasistencia para garantizar la contención futura en situaciones de emergencia sanitaria. Asimismo, la inflación y las fluctuaciones económicas obligan a redoblar los esfuerzos de recaudación y optimizar los recursos.
En otro plano, la entidad busca consolidar programas de inserción laboral para sus residentes, en alianza con empresas locales. Escuelas de oficios adaptados, capacitaciones en gastronomía y talleres de tecnología accesible pretenden abrir nuevas puertas al autovalimiento y la participación en la comunidad.
Un aniversario para renovar el compromiso
El acto central por el trigésimo segundo aniversario se celebrará el próximo sábado 17 de mayo en las instalaciones del Hogar Santa Teresa. Está prevista una misa oficiada por el obispo de la diócesis, seguida de una jornada de puertas abiertas: visitas guiadas por todos los centros, muestras de arte y música, y un festival gastronómico solidario. La idea es mostrar, con transparencia, el funcionamiento cotidiano y reconocer el aporte de donantes, voluntarios y organizaciones colaboradoras.
“Cada año reafirmamos nuestro propósito: que nadie se sienta solo, que nadie carezca de cuidados básicos y que cada persona encuentre aquí un espacio de crecimiento y afecto”, declara la directora ejecutiva de la Fundación, Marta Gómez. Su mensaje sintetiza la consigna que ha guiado a todo un equipo: el Hogar Santa Teresa —y sus derivados Espíritu Santo, Virgen de Luján y Jardín Bíblico— es, en definitiva, una comunidad donde el respeto a la vida y la dignidad humana se tejen diariamente con actos concretos.
Mirada al mañana: consolidar el bienestar compartido
Pasados 32 años, la historia del Hogar Santa Teresa es también un reflejo de la transformación social en Oberá y en la provincia de Misiones. Lo que comenzó como una iniciativa pequeña, sostenida por la sensibilidad de un sacerdote y el esfuerzo de unos pocos, hoy es una referencia de cuidado integral, inclusión real y compromiso comunitario.
El desafío para las próximas décadas será mantener esa llama encendida: reforzar la calidad de los servicios, diversificar los mecanismos de financiamiento y amplificar la voz de quienes habitan estos hogares. Porque, como decía el padre Hayes, “la grandeza de una sociedad se mide por el modo en que trata a quienes menos tienen”. A 32 años de aquel gesto fundacional, la Fundación Guillermo Hayes sigue comprobándolo, día a día, en cada mirada agradecida y en cada sonrisa compartida.