Una prolija hilera de baldes se ubica en el lateral del precario corredor de la vivienda de doña Francelina Alvez Dos Santos (83), quien se ve obligada a consumir agua de lluvia o del arroyo por falta de acceso a la red pública.
La octogenaria es una de las pioneras del barrio Cabelleriza, donde nacieron sus once hijos, pero sigue viviendo como antaño y sin los servicios básicos imprescindibles.
En diálogo con El Territorio, contó que cada vez que llueve ubica sus baldes debajo de las chapas donde escurre el techo, para luego utilizar el agua que almacena en botellas de plástico.
En época de seca, en tanto, se ve obligada a consumir agua del arroyo Mbotaby, lo que ya le acarreó más de un problema de salud.
“La canilla pública llega hasta una cuadra de mi casa y para mí es mucho acarrear los baldes desde allá. Me queda más cerca el arroyo, pero está contaminado y ni hirviendo el agua queda bien. Hace dos meses estuve muy mal del estómago y en la salita me dijeron que era por el agua”, comentó.
La canilla pública depende de la Municipalidad y llega hasta el final de la calle Atenas, mientras que la red de agua potable de la Cooperativa Eléctrica Limitada de Oberá (Celo) se extiende hasta calle Portugal, es decir tres cuadras de donde reside la anciana.
Al respecto, manifestó que percibe una jubilación mínima y no dispone de recursos para pagar la conexión al servicio de la Celo ni los metros de manguera que requiere el servicio.
Por ello, consideró que la mejor opción sería que la comuna extienda 100 metros la red pública, con lo que también se beneficiarían otras familias.
“Mi hija habló en la Municipalidad y le dijeron que ahora no tienen fondos. Así que no me queda otra que seguir juntando el agua de la lluvia”, finalizó.
Fuente: territoriodigital – Foto Daniel Villamea