Todos los años se conmemora en todo el mundo el 5 de junio el Día Mundial del Medio Ambiente. Este 2020, la jornada se encuentra atravesada completamente por la irrupción de la pandemia por coronavirus COVID-19, que cambió drásticamente al planeta en seis meses. Es que en enero comenzaron a reportarse en China casos de una extraña neumonía que afectaba a miles de personas. Nadie se imaginaba que tan solo medio año después serían más de 6.5 millones los casos confirmados, 388 mil los muertos y 2.8 millones los recuperados, con 213 países afectados por el virus SARS-CoV-2, según datos de la Universidad Johns Hopkins y Worldometers.
En este contexto, desde Naciones Unidas Argentina, ONU, organismo internacional que este año celebra sus 75 años, junto con RED ACCIÓN, se organizó la conversación “COVID-19 y ambiente: impactos y enseñanzas”. Juan Cabandié, ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible; Silvia Vázquez, directora de Asuntos Ambientales de la Cancillería; María Eugenia Di Paola, coordinadora del Programa de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas para el Desarrollo; José Dallo, jefe de la oficina del Cono Sur del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente; Andrés Nápoli, director ejecutivo de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN); Ramiro Fernández, director de cambio climático de la Fundación Avina y Nicole Becker, fundadora de Jóvenes por el Clima Argentina participaron del panel de expertos.
Consultados respecto a cuál consideran que es la principal enseñanza que le deja la crisis por el coronavirus a la crisis climática y ecológica, María Eugenia Di Paola, coordinadora del Programa de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas para el Desarrollo opinó: “Estamos ante una emergencia global, tenemos capacidad para poder dar respuesta en forma personal y colectiva y con una hoja de ruta concreta, somos cada vez más conscientes de que existe una interdependencia y que tenemos una gran capacidad de cambio que podemos tener frente a la misma”. Para el ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié, “COVID-19 nos arroja una enseñanza de lo que podríamos vivir a consecuencia del cambio climático, que llevan a distintas partes en el mundo a situaciones de conflictividad social producto de sequías, tormentas, la falta de acceso a alimentos, a agua, y esta pandemia nos hizo vivir una situación que podría replicarse en distintos lugares, a consecuencia del cambio climático. Creo que la enseñanza principal es la solidaridad entre los pueblos, es la única salida”. Silvia Vázquez, directora de Asuntos Ambientales de la Cancillería, coincidió con Cabandié: “la cooperación entre los seres humanos es la enseñanza más importante”.
Según José Dallo, jefe de la oficina del Cono Sur del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, “Gracias a esta pandemia vamos a estar preparados para estas nuevas emergencias que ya están tocando la puerta”. Para Andrés Nápoli, director ejecutivo de FARN, “esta situación nos demuestra lo frágil que somos frente a ciertas circunstancias, y en este contexto necesitamos acciones concretas, saber que el cambio climático no será tan abrupto pero nos lleva a cambios muy pequeños, en este tiempo hemos aprendido que es bueno escuchar a la ciencia”, mientras que para Ramiro Fernández, director de cambio climático de la Fundación Avina, “cuando reconocemos que nos enfrentamos a una emergencia y hay liderazgo político es posible tomar decisiones, a veces drásticas y difíciles, para gestionar la emergencia como es debido” y para Nicole Becker, fundadora de Jóvenes por el Clima, “la economía, la salud y el medio ambiente no son cosas separadas ni compiten entre ellas, sino que tienen que ir de la mano más que nunca, sobre todo pensando en cómo va a ser esta reactivación económica que vamos a vivir”.
La pandemia, ¿Una oportunidad para el medio ambiente y el desarrollo sostenible?
Di Paola manifestó: “las oportunidades se dan por por la necesidad de abordar esta cuestión con una integralidad, que es la reacción a la disociación que venimos acostumbrados y resulta absolutamente necesaria, nuestro anclaje está en el sistema internacional de Derechos Humanos, para que sea efectivo necesitamos que lo que está en la letra también se lleve a la práctica, y a su vez plantear a la economía para el desarrollo sostenible como parte de las acciones, combatiendo la pobreza, considerando la inclusión social, y considerando una transición justa, con bajas emisiones, creación de empleos verdes, soluciones basadas en la naturaleza, y tener en cuenta la importancia de nuestros ecosistemas, el involucramiento de las comunidades indígenas y campesinas y el rol de las mujeres ya que es necesaria la igualdad de género también en el abordaje pos pandemia y el acceso a bienes vitales tales como el agua y la energía, renovable”.
Cambiar los modos de producción
El ministro de Ambiente, Juan Cabandié advirtió: “Si no observamos lo económico y no cruzamos las dos agendas, abordando las dos dimensiones, todo se nos va a hacer muy difícil. El COVID-19 es una oportunidad para volver mejores, para que en la nueva normalidad, tengamos la oportunidad de revisar nuestras prácticas, productivas y domésticas”. En este sentido agregó: “Si no revisamos nuestras prácticas productivas, el posible que se sumen barreras arancelarias a los productos primarios que colocamos en Europa, y quizás el día de mañana directamente no podamos colocar parte de esa producción, y esto perjudica al productor y al país; tenemos que ir en búsqueda en la armonía entre lo productivo y lo ambiental”.
“Frente a la tragedia que estamos viviendo, donde estamos ante un ritmo de desaparición de 120 especies cada día, es decir todos los días cuando nos vamos a dormir sabemos que hay 120 especies menos arriba de nuestro planeta y frente a esto creo que no hay nada más importante que proteger la vida, y nuestro compromiso en ese sentido es muy fuerte para lograr la protección de esta porción de nuestro planeta, exigiendo acciones concretas ya”, manifestó Silvia Vázquez.
Soluciones basadas en la naturaleza
“No hay que reinventar la rueda, ya está inventada, y la mejor herramienta para luchar contra el cambio climático es plantar un árbol, tan fácil como un árbol, a pesar de que es cierto que es necesaria la tecnología para muchos otros procesos”, precisó José Dallo. Para el experto, la solución es tan fácil a veces como dejar un humedal, que captura carbono, permite regular las inundaciones y al mismo tiempo se pueden tener actividades productivas allí.
Para Dallo, “tenemos que volver a preguntarnos que tenemos ya que funciona, no inventemos otra vez la rueda, la naturaleza lo inventó por nosotros, no lo destruyamos y tratemos inclusive de mejorarlo”.
Según Andrés Nápoli, “tenemos una enorme oportunidad para empezar a trabajar y hermanar la economía con el ambiente, la lucha por las cuestiones ambientales, la subsistencia planetaria ante el cambio climático tiene que ser un compromiso arraigado en la ética y a partir de ahí empezar a transformar la sociedad”. De acuerdo a Ramiro Fernández, “la salida de esta crisis solo se puede dar en un contexto de solidaridad y cooperación global, uno de los aprendizajes que rescatamos es la capacidad de resiliencia de la naturaleza”.
El movimiento juvenil y climático en la Argentina
“Se sale de las crisis con las ideas que hay en el ambiente, nuestro mayor rol en este momento es ponernos firmes que la reactivación económica tiene que incorporar la mirada ambiental de una manera muy marcada, es importante preguntarnos cuál era la normalidad a la que querríamos volver, y que si esa normalidad piensa que el desarrollo económico puede ser sin una perspectiva ambiental, y puede poner en peligro al futuro de las próximas generaciones, …estamos seguros que no queremos volver a eso y que hay que pensar una normalidad totalmente distinta”, explicó Nicole Becker, fundadora de Jóvenes por el Clima y agregó: “Debemos incorporar a más personas dentro de la conversación, la mejor manera de salir de esto es convocando a todos los sectores que sufren y padecen los impactos de la crisis climática, estos son los objetivos de la agenda juvenil”.
Medio ambiente: el arquitecto de la vida
Desde hace alrededor de 3.800 millones de años la vida se abre paso en nuestro planeta con el medio ambiente como fuerza moderadora. El medio ambiente, lejos de ser un actor pasivo en la evolución de la vida, ha sido un condicionante muy activo, forjando a los organismos desde sus comienzos hasta la actualidad. Según explicó a Infobae Lorena Haurigot, bióloga, doctora en Química Biológica y Microbiología Molecular y especialista en fauna silvestre, “a partir de la aparición del ancestro común a todos los seres vivos, el proceso evolutivo fue moldeando lentamente la vida en nuestro planeta, produciendo una creciente diversidad de fascinantes y delicados organismos. Una biodiversidad que seguimos descubriendo incluso en nuestros días”.
Influencias mutuas
La atmósfera de la Tierra primitiva era un ambiente reductor, no tenía oxígeno y las evidencias sugieren que la vida evolucionó en esas condiciones usando compuestos inorgánicos para la obtención de energía mediante el proceso anaeróbico de fermentación. Como parte de su evolución, los organismos desarrollaron pigmentos que les permitieron captar la energía lumínica del sol y fijar el dióxido de carbono generando moléculas orgánicas que les proporcionaban energía útil para mantener en marcha sus metabolismos.
“Como efecto colateral de esa actividad fotosintética, el oxígeno producido como residuo comenzó a acumularse en la atmósfera primitiva. Dada su poderosa reactividad química, el oxígeno resultaba altamente tóxico para los microorganismos de la época. Esto representó un nuevo desafío ambiental al que los organismos debieron adaptarse para sobrevivir y colonizar el planeta”, evaluó Haurigot.
Para la experta, como parte de esas adaptaciones, surgieron mecanismos de neutralización de la toxicidad del oxígeno. Como bono adicional inesperado, el proceso de respiración aeróbica, altamente eficiente, les permitió a aquellas células un acceso directo a inéditas cantidades de energía. Esto a su vez habilitó la aparición de nuevas adaptaciones, mucho más “costosas” -energéticamente hablando- posibilitando una prolífica explosión de diversidad y complejidad en la arquitectura del árbol de la vida. Como consecuencia, las células se hicieron más sofisticadas, y dejaron de vivir aisladas para comenzar a formar organismos multicelulares crecientemente complejos. Ese proceso fundacional de detoxificación del oxígeno fue el paso inicial de un largo proceso evolutivo que llega hasta la biosfera actual, incluyendo la aparición de nuestra propia especie en la Tierra, hace unos 200.000 años. Este metabolismo aeróbico vibra en el interior de nuestras propias células humanas, alimentando su complejo funcionamiento.
Vida extrema
Adaptaciones claves como la hibernación de osos pardos, acumulación de grasa en la joroba de un Dromedario, las resistencia de ciertas plantas al fuego o la desecación han generado una diversidad de vida que contiene desde flores gigantes de 3 metros de altura y olor nauseabundo como la flor cadáver (Amorphophallus titanium), plantas carnívoras como las plantas jarro (Nephentes sp.), árboles longevos que viven mas de 9.500 años como el Viejo Tjikko (Picea abies), aves de aspecto prehistórico como el Picozapato (Balaeniceps rex), lagartos cornudos que lanzan sangre por sus ojos (Phrynosoma sp.), camaleones con capacidad de cambiar el color de su piel (Chamaeleo calyptratus) hasta gusanos fotosintéticos (Elysia chlorotica).
La biodiversidad de nuestro planeta es extraordinariamente rica. Mas sorprendente es aún, si estudiamos los casos extremos a los que se han adaptado ciertos microorganismos que parecen salidos de libros de ciencia ficción, conocidos como extremófilos. Estos habitantes de lugares inhóspitos y prohibitivos para la mayoría de los seres vivos incluyen microorganismos capaces de crecer en ambientes extremadamente calientes, iguales o superiores a 80 0C (como la bacteria Thermus aquaticus, cuyas enzimas termoresistentes posibilitaron desarrollos tecnológicos como la famosa técnica de PCR) o por el contrario, bacterias que viven en ambientes muy fríos con alta concentración de sal como es el hielo marino de Alaska, entre -12 0C y 10 0C (Psychromonas ingrahamii).
También existen microorganismos capaces de vivir en condiciones de salinidad extrema como se observa en el Mar Muerto (Haloferax volcanii) o en condiciones de altísima acidez con un pH cercano a 0 (Picrophilus torridus). Un extremófilo por excelencia es el famoso Tardígrado u “oso de agua”, un invertebrado capaz de sobrevivir en el vacío del espacio exterior, soportar presiones de casi 6000 atm, temperaturas entre -200 °C hasta 150 °C, deshidratación extrema (varios años sin obtener agua) o la radiación ionizante. Todos estos organismos extremófilos son estudiados por sus posibles aplicaciones en ciencia y procedimientos industriales y evidencian la resiliencia de la vida, capaz de instalarse en los ambientes mas inhóspitos.
Todos conectados
Las adaptaciones particulares de cada especie al medio ambiente han sido a su vez aprovechadas por otras especies que han sacado ventaja de ellas, también como adaptación a ese contexto compartido. El resultado son interacciones complejas con el medio ambiente y entre los diferentes organismos, que representan, luego de millones de años de evolución, un equilibrio dinámico necesario para la supervivencia de las especies involucradas. Entre estas relaciones interespecíficas se encuentra la famosa simbiosis, una asociación de dos especies diferentes donde ambas se ven beneficiadas como en caso de las bacterias y plantas leguminosas, donde la bacteria fija el nitrógeno atmosférico y se lo cede a la planta a cambio de nutrientes y un lugar adecuado para vivir. Pero no todas las relaciones interespecíficas son beneficiosas para ambas especies involucradas: es el caso del parasistismo, la competencia o la depredación. Sin embargo, la dinámica que existe entre las diferentes especies presentes en un ecosistema es fundamental para regular las poblaciones y la abundancia de los organismos y este equilibrio permite la existencia armónica de toda la diversidad de especies y la persistencia del conjunto en el tiempo.
Un caso notable en la regulación de los ecosistemas es el de la “especie clave” que se refiere a especies cuyo rol es esencial para que el ecosistema sea biodiverso, sano y robusto. Un ejemplo de ello son los lobos en el parque Yellowstone, en Estados Unidos. Cuando se eliminó su población del parque la población de alces, presas de los lobos, proliferaron desmesuradamente. Su inusitada abundancia provocó un detrimento sustancial de la vegetación del parque. Cuando se reintrodujo el lobo en el ecosistema para controlar la población de alces, se observaron cambios impredecibles, por un lado, y como era lógico, la población de alces disminuyó, pero se observó además que los alces limitaron sus sitios de alimentación para evitar a los lobos, lo que permitió que las vegetación se desarrollara normalmente atrayendo insectos, aves y herbívoros como bisontes que se alimentaban de ellas.
También aparecieron los castores que modificaron los cursos de agua propiciando nuevos hábitats para reptiles y otros mamíferos. Debido a la renovada competencia también disminuyó el número de coyotes (principal competidor del lobo) lo que posibilitó que aumente la cantidad de pumas y osos, así como de águilas y buitres que ahora tenían carroña para alimentarse. De esta forma aumentó notablemente la biodiversidad del lugar y las interacciones biológicas de todo el ecosistema se volvieron más ricas y complejas. Las estrellas marinas, otra “especie clave” son depredadores tope de la cadena trófica en los sistemas intermareales y se alimentan de mejillones. Se suponía que al retirarlas del sistema la abundancia de las demás especies aumentaría, sin embargo se observó que al eliminarlas hubo un aumento desproporcionado de mejillones que resultó en la expulsión de las demás especies presentes en el ecosistema. Al reintroducir a estos depredadores, se controló la población de mejillones, limitando su número y permitiendo que las demás especies sobrevivan.
Entre las relaciones interespecíficas se incluyen además los “servicios ecosistémicos”, procesos fundamentales para la supervivencia de muchas de las especies que existen actualmente, incluyendo la nuestra. La polinización es vital para la reproducción vegetal y la producción agrícola de alimentos y curiosamente son las flores, de acuerdo a su color, olor y forma las que seleccionan qué organismos las polinizarán. La purificación del agua en los humedales, producción de oxígeno y absorción de dióxido de carbono, sostienen la vida y el equilibrio en nuestro planeta. La dispersión de semillas y la barrera de la biodiversidad contra la emergencia de enfermedades zoonóticas, entre otras, son servicios que la naturaleza nos brinda gracias a la evolución conjunta de miles de millones de especies a lo largo de miles de millones de años.
La influencia del medio ambiente en la diversidad biológica se manifiesta incluso a escala global si observamos fenómenos sorprendentes como que el polvo de las tormentas del Sahara viaja miles de kilómetros fertilizando con su fósforo a la selva del Amazonas. De similar manera, las selvas pluviales hawaianas reciben nutrientes del polvo procedente de Asia Central. Como en la Red de Indra de los budistas, todos estamos conectados en esta trama vital exquisitamente compleja.
La resiliencia de la vida
Según Haurigot, incluso a pesar de los eventos catastróficos que han ocurrido a lo largo de la historia de nuestro planeta “la vida siempre se abre paso”, como decía Ian Malcolm en la aclamada novela de ciencia ficción “Parque Jurásico”, de Michael Crichton. Pudimos ser testigos de esa robustez biológica ante eventos lamentables como el de Chernobyl, epicentro del desastre nuclear que generó una radiación 400 veces mayor a la liberada en Hiroshima con la bomba atómica. Luego de la evacuación de la población, se creó una línea de exclusión vetada para el humano. Debido al largo tiempo de descomposición de los compuestos radiactivos, se supuso que el área iba a quedar inhabitada durante siglos. Sin embargo, actualmente, la zona de exclusión alberga una notable biodiversidad y se observan gran cantidad de aves, anfibios, osos, bisontes, lobos, linces y caballos de Przewalski. Lo mismo ocurre al observar la notable recuperación de los bosques de Australia luego de los incendios devastadores que los azotaron este año demostrando la poderosa resiliencia de la vida.
La vida ha mostrado surgir siempre, casi por defecto, y el medio ambiente es un protagonista activo en su evolución, seleccionando aquellos organismos adaptados o no para sobrevivir y dejar su descendencia. A pesar de ser nuestra especie la responsable de modificar masiva y drásticamente el medio ambiente, éste, a su vez, nos está poniendo a prueba constantemente con eventos climáticos potencialmente destructores, calentamiento global o emergencias sanitarias preocupantes como la pandemia que nos afecta en la actualidad.
Para la experta, cuidar el medio ambiente, los ecosistemas y la biodiversidad, además de ser una práctica de empatía hacia otras formas de vida, es un acto netamente egoísta y antropocéntrico: Nuestra propia supervivencia depende directamente de la preservación de la compleja trama de la biodiversidad terrestre. Tenemos los conocimientos y la tecnología para replantearnos nuestra relación con la naturaleza y depende de nosotros mitigar los desequilibrios que hemos generado, preservando las condiciones que nos permiten sobrevivir en nuestro medio ambiente y representar una especie resiliente con capacidad de perdurar en la historia de nuestro planeta.
Fuente: INFOBAE
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