La pandemia de la obesidad y el sobrepeso infantil está creciendo a nivel mundial, afectando en nuestro país a un 37% de los niños entre 10 y 19 años que poseen exceso de peso y, de manera más significativa, a los que ya se encuentran en situación de vulnerabilidad socioeconómica. El sobrepeso y la obesidad afectan la salud psico-física de las niñas y los niños, los predispone a un mayor riesgo de sufrir enfermedades no transmisibles, disminuye el rendimiento escolar y aumenta las probabilidades de sufrir intimidación o bullying.
Todos deberíamos tener la oportunidad de tener acceso físico y económico a una alimentación suficiente, segura y saludable, a satisfacer nuestras necesidades nutricionales, a practicar actividad física, gozar de un sueño y descanso de calidad y suficiente, así como de bienestar emocional; componentes que contribuyen a prevenir la obesidad infantil. Pero actualmente el escenario cambia, en el confinamiento por el COVID-19 se nos plantean nuevos desafíos para alcanzar la seguridad alimentaria nutricional.
El brote de esta enfermedad está afectando la vida de las familias de todo el mundo. Madres, padres e hijos deben quedarse dentro de las paredes del hogar, nuevo escenario para la coexistencia de las dos pandemias, o porque no, para la prevención y concientización sobre ambas. El brote del Coronavirus ha ocasionado interrupciones importantes en la vida cotidiana y los niños se están viendo profundamente afectados por esos cambios. La paradoja es que el confinamiento ayuda a controlar la transmisión de la Covid-19, pero se espera que deteriore los hábitos de salud y el bienestar de los niños y niñas, con incrementos del sedentarismo y tiempo de pantalla, dificultad para dormir las horas de sueño recomendadas, la presencia de un mayor nivel de estrés en los adultos, que habitualmente se transmite a los niños, el aburrimiento que se asocia a la mayor ingesta de alimentos, la dificultad para acceder a alimentos saludables y la fácil accesibilidad de los niños a alimentos ultraprocesados. En ese sentido, la inseguridad alimentaria dentro de los hogares tiene un impacto sobre el estado nutricional de niños y niñas, y varios elementos protectores que podrían mitigar esto no pueden llevarse a cabo por el contexto en el que nos encontramos.
Pese a esto, el hogar y el ámbito familiar es un espacio idóneo para fomentar la creación o el fortalecimiento de hábitos saludables.
- Cocinar con los chicos no solo fortalece lazos familiares si no que es un recurso para que se diviertan y aprendan sobre los distintos alimentos. La comida en familia ofrece un espacio para fomentar la conversación y el cariño, y se asocia a una mejor calidad de alimentación. Sumado a esto, ponerse horarios más o menos fijos para comer, puede contribuir a reducir la ansiedad de los niños.
- Tener a mano frutas y verduras permite a los chicos tener una opción saludable y de fácil acceso. Cortar frutas y dejarlas en un plato en la mesada o heladera puede ayudar a aumentar su consumo.
- Durante la cuarentena hemos aprendido con los niños sobre el lavado de nuestras manos para evitar el contagio del virus, a partir de esto se les puede enseñar también el valor y la importancia del lavado de las frutas y las verduras antes de consumirlas y la importancia que tienen para nuestro cuerpo.
Si bien existen recomendaciones para mejorar la alimentación en los niños, como incluir más frutas y verduras, lácteos y alimentos ricos en fibra, no existe un patrón de alimentación saludable exactamente igual para todos, ya que hay numerosos factores que individualizan cada necesitad y situación. Pero si podemos generalizar en que la alimentación en niños, en especial en momentos como el que estamos viviendo, requiere de flexibilidad y de un abordaje amoroso y empático. La familia es una oportunidad para enseñar sobre alimentación saludable mediante el vínculo, el contagio, el juego y el ejemplo.
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