Enrique Febbraro fue el profesor, filósofo, odontólogo, periodista y locutor de radio que encabezó una cruzada internacional para homenajear a los amigos el día en que el hombre pisó la Luna. La historia de este enigmático argentino que creía que la amistad era la virtud más sobresaliente del ser humano.
El Día del Amigo es un invento argentino. El hecho que lo inspiró no ocurrió en el país. Tampoco en el continente. Tampoco en el planeta. Sucedió en la Luna el 20 de julio de 1969. Fueron cuatro días de viaje desde el Cabo Cañaveral hasta el único satélite natural a bordo del módulo lunar Apolo 11: cuando el astronauta Neil Armstrong era el primer hombre en poner un pie sobre la Luna, en algún rincón de Lomas de Zamora en la provincia de Buenos Aires un prolífico ciudadano argentino de nombre Enrique Ernesto Febbraro escribía conmovido por la magnitud del suceso.
“Viví el alunizaje del módulo como un gesto de amistad de la humanidad hacia el universo y al mismo tiempo me dije que un pueblo de amigos sería una nación imbatible. ¡Ya está, el 20 de julio es el día elegido!”, decía un fragmento de la carta. Hizo mil copias. Las envió a cien países. Las transcribió a siete idiomas. Los destinatarios eran sedes del Rotary Club según la memoria de Oscar Fusco, un legendario rotario argentino, conocedor de la fascinante historia en la que convergen la llegada a la Luna, Febbraro y el Día del Amigo.
Fusco proveyó el contexto: aseveró que el Rotary Club es la organización no gubernamental más antigua y grande del mundo con presencia en más de 150 países. Febbraro había fundado el club de rotarios del barrio de San Cristóbal, en las mismas calles que lo habían visto nacer el 7 de julio de 1924. Fue profesor de psicología, historia, músico, se doctoró en odontología, estudió filosofía, trabajó como periodista y como locutor de radio. Su padre, homónimo, había sido íntimo amigo de personas célebres de la bohemia porteña de ese tiempo como Jorge Luis Borges, Leopoldo Lugones, Homero Manzi y Enrique Santos Discépolo.
Había brotado en su interior un deseo profundo por homenajear a la amistad al no saber cómo retribuir la generosidad que le manifestaban por carta los oyentes de su programa de música clásica en Radio Splendid. Creía que faltaban efemérides que rescataran los lazos de amistad entre las personas. Pensó en asignarle el privilegio al día del final de la Segunda Guerra Mundial y al nacimiento de las Naciones Unidas, pero lo descartó porque no quería asociarlo a un contenido violento.
Ya había concebido la idea mucho antes de 1969. “Fue una vieja ocurrencia de cuando era locutor en Radio Argentina con Juan Monti -explicó en una nota realizada a La Voz del Interior en 2006-. En esos días, el gobierno nos daba una lista con las celebraciones que había que evocar todos los días. Era una cantidad enorme de fechas patrióticas, militares, políticas, pero no había ninguna virtud que se festejara. Le conté a Monti mi idea de festejar el Día del Amigo. ‘Y bueno hágalo. Yo lo voy a apoyar’, me dijo. Pero cuando empecé a buscar qué día se podía festejar, siempre coincidía con alguna tontería”.
Se casó y tuvo hijos pero sentía un vacío existencial: deseaba materializar su ambicioso plan de fundar un día para consagrar a los amigos. Mientras presenciaba con admiración la gesta de la misión a la Luna, Febbraro comprendió que esa conquista, que ese acercamiento emulaba un lazo de amistad. Había percibido que desde los Estados Unidos lo presentaban como un acontecimiento que representaría un signo de la amistad de la humanidad hacia el universo. Lo convenció la epopeya. No le faltaban amigos en el mundo para cosechar sus ideas. Redactó, de puño y letra y abrumado por su cosmovisión, mil postales que terminaban igual: “Fuimos sus amigos y ellos, amigos del universo”. Creía que tamaño suceso debía ser recordado todos los años como un canto a la unión de los amigos. “No a la amistad -dijo-, porque un amigo es alguien de carne y hueso”.
Su raid no solo fueron papeles escritos. Visitó organismos nacionales, entidades gubernamentales, sedes municipales, oficinas de políticos, espacios religiosos, habló con personas notables del mundo de la cultura para convencerles que su teoría era una propuesta sana, una celebración ética, sin ánimos de lucro ni fines de fomento al consumo. Repetía el concepto de que “un pueblo de amigos es una nación imbatible”. La leyenda acredita que al menos 800 remitentes le contestaron la carta con respuestas de aprobación.
Tres años después de la llegada del hombre a la Luna, firmó el registro de la propiedad intelectual por su invención y lo donó al Rotary Club como símbolo de fraternidad. La festividad, de a poco, fue ganando anuencia en el país y fuera de él. A sus 54 años, cuando se cumplía una década del alunizaje y después de haber sido declarado ciudadano ilustre de Lomas de Zamora, la provincia de Buenos Aires le otorgó un marco legal a la festividad. El 20 de febrero se promulgó y el 14 de marzo se publicó en el Boletín Oficial el decreto 235 que estableció “la celebración del Día Internacional del Amigo a realizarse el día 20 de julio de cada año”.
La norma reza: “Que la Comisión recurrente propugna, con la implantación a nivel mundial de la citada celebración, exaltar el contenido ético de la amistad valor supremo en la sublimación de las relaciones humanas. Que la iniciativa, nacida en el seno de esta Provincia, ha merecido el reconocimiento y adhesión de numerosas instituciones representativas de la comunidad Argentina, como así también de Superiores Gobiernos de Provincias, Municipalidades, Organismos Nacionales y países de diversas latitudes. Que la Comisión patrocinante actúa exclusivamente en pos de una finalidad altruista, sin pretender logros pecuniarios ni contribuciones materiales”.
El 29 de noviembre de 1983 el poder ejecutivo de la provincia de Buenos Aires firmó el decreto 1826 que establece, en su artículo número uno, declarar a la ciudad de Lomas de Zamora “capital provincial de la amistad por haberse originado allí la celebración del Día Internacional del Amigo que tiene como lugar el 20 de julio de cada año”. El escrito distingue el impulso del doctor Ernesto Febbraro a la iniciativa y asigna que “ese día fue motivo de aceptación y regocijo popular habiendo sido asimismo objeto de reconocimiento por parte de instituciones multitudinarias de expansión mundial, que lo han incluido en celebraciones oficiales”.
Febbraro falleció el 4 de noviembre de 2008: había enviudado en dos oportunidades, había tenido dos hijos y cuatro nietos. Había sido nominado al Premio Nobel de La Paz dos veces. Creía que la cantidad de amigos “debía poder señalarse por los dedos de la mano izquierda”: “Si usted tiene cinco amigos, ya dése por satisfecho porque ha conseguido la mayor joya. Eso de que yo quiero tener un millón de amigos es el bolazo más grande que escuché, porque al amigo hay que atenderlo en las cosas de la vida, hay que acompañarlo en el espíritu, hay que serle generoso, recordarlo, visitarlo y estar junto a él no sólo para las fiestas, sino siempre”.
En la entrevista que le concedió al medio cordobés dos años antes de su fallecimiento, definió qué representaba para él la amistad: “Es la virtud más sobresaliente porque es desinteresada de todas maneras. Una virtud que se hace notar sobre determinadas personas y que se acaba. En cambio, el amigo es una persona real, que ronca, que tiene mal carácter y que uno lo aguanta porque lo conoce. El amigo es otro cuero. La amistad es una cuestión teórica. Porque por más amistad que yo tenga en el espíritu, a la hora de mi muerte voy a necesitar seis tipos que lleven mi cajón y van a ser amigos. Y en la alegría también. Si quiero hacer un asadito en mi casa, ¿a quién voy a traer? A la gente que me quiere y que quiero”.
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